lunes, 14 de diciembre de 2009

Olvido o silencio




Fotografía de Isabel Tallos

Olvido y silencio forman parte de la vida. Algunos episodios, los del dolor y la desdicha, se ocultan de manera deliberada. Otros, simplemente, los difumina poco a poco la indiferencia o los nuevos recuerdos. Nosotros olvidamos mientras otros nos olvidan.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sueños perdidos



Fotografía de Bryan Schutmaart

Hicimos un agujero en la sabana para que los sueños pudieran vernos mientras dormíamos.

Otro día

Fotografía de Marie Hochhaus

http://www.flickr.com/photos/mariehochhaus


"Me miraste con asombro. Yo te miré con todas mis fuerzas: “Reconóceme, ¡reconóceme de una vez!”, gritaba mi mirada, pero tus ojos me sonrieron cordiales e inconscientes. Me volviste a besar, pero no me reconociste. Me apresuré en llegar a la puerta porque sentía que acudían las lágrimas a mis ojos y no hacía falta que lo vieses. De tan impetuosamente como salí, en el recibidor por poco me choqué con Johann, tu sirviente. Con inmediata consideración y con su timidez característica, se echó hacia atrás, me abrió la puerta de un golpe para dejarme salir y entonces –en aquel segundo, ¿me oyes?- en el único segundo en que miré a aquel hombre envejecido, cuando le miré con los ojos llenos de lágrimas, de repente, se le iluminaron las pupilas. Sólo en un segundo, ¿me oyes?, en un segundo aquel viejo me reconoció, él, que no me había visto más desde que era una jovencita. Hubiese podido arrodillarme ante él por haberme reconocido y besarle las manos, pero sólo saqué los billetes de banco que me habías adjudicado y se los di."


Carta de una desconocida. Stefan Zweig


viernes, 2 de octubre de 2009

Especuladores del cielo

Chris Marker cineasta, fotógrafo y escritor francés dijo en una de las cartas filmadas que le escribió a Medvedkin, después de la muerte de éste: " ¿Recuerdas que lloraste al ver cómo dos imágenes juntas podían tener sentido? Hoy la televisión inunda todo el mundo con imágenes sin sentido y ya nadie llora."

"Muy señores míos. Hace unos días el que hasta entonces era mi pareja, me entregó un folio impreso que dijo ser mi regalo de cumpleaños. En él, se me comunicaba, que una estrella había sido bautizada con mi nombre. Una enorme esfera de gas incandescente situada a billones de kilómetros de mí, se llamaba desde ese día como yo. Se me informaba que los nombres de todos los propietarios de estrellas eran registrados una única vez, lo cuál significaba que mi estrella era exclusivamente mía. Pueden imaginarse cuál fue mi dicha. Mi nombre figuraría en la bóveda de inscripciones y se anotaría en un libro archivado en las oficinas de la propiedad intelectual de los EEUU. Aquel folio iba acompañado de un mapa celeste que me ayudaría a encontrar las coordenadas astronómicas de mi propiedad y que además, gracias a un trazado científicamente exacto, me proporcionaría una perspectiva única del entorno de mi astro y me enseñaría a navegar por el cielo con mi telescopio. Hasta ahí todo iba bien pero esta mañana he descubierto que mi ex novio no compró una única estrella sino que compró lo que ustedes denominan “Kit estelar par de estrellas”. Lo que significa que él bautizó esa segunda estrella con su nombre, y que su propiedad va a estar junto a la mía para el resto de mi vida. Entenderán lo que supone para mí, mirar el cielo cada noche y darme de bruces con su estrella. No me gusta la idea de compartir mi pedazo de universo con él, el resto de mis días. Desearía que me informaran de que es exactamente lo que debo hacer para cambiar o devolver mi propiedad. Atentamente, Katharine.”

“Estimada Katharine, entendemos las razones que le llevan a sentirse así. ¿Quién no ha roto en alguna ocasión una relación sentimental y ha deseado borrar totalmente todas las huellas que ese amor, ahora transformado en desamor, han dejado? Debemos informarle que existe una cláusula en el contrato de compra venta de su kit que imposibilita la devolución de su estrella. Tampoco podría usted revenderla si lo deseara. Hace años existía esa opción, siempre y cuando usted se hiciera socia de nuestra empresa, pero estudios científicos nos han llevado a comprobar que desde el momento en el que una estrella es bautizada con el nombre de alguien, se establece entre ambos un vínculo íntimo imposible de romper. Dicho estudio hizo que nuestra empresa se viera obligada a eliminar la posibilidad de reventa. Lo que he de comunicarle es doloroso para todos, sabedores de su situación emocional actual, debemos decirle que usted ya no posee una estrella sino un agujero negro. Sus emociones han marcado de tal modo su propiedad, que el brillo estelar se ha apagado. Su estrella se ha enfriado y colapsado y es ahora un fenómeno muy especial. Procedo ha explicarle lo acontecido. El interior de la estrella ha sido aplastado y comprimido por el enorme peso del gas que la compone. La fuerza de la gravedad aumentó cuando usted y su pareja rompieron su relación, con lo cuál el núcleo o corazón de su astro se desvaneció. Nos vemos obligados a hacerle saber que tendremos que aislar su propiedad para proteger la del resto de nuestros clientes, levantaremos para ello enormes y consistentes muros que la aislaran. Debe saber que cualquier cosa que pase cerca de un agujero negro, incluso un rayo de luz es atraído, por aquél para no dejarlo escapar jamás. Un agujero negro es invisible y engulle todo aquello que encuentra a su paso. Lamentamos tener que comunicarle que ya es tarde para echarse atrás. Atentamente, Stelar Company.”

Katharina recibió la carta y la leyó con detenimiento. Quiso contestarla, amenazarles con una demanda pero un vacío oscuro comenzó a crecerle por dentro y se lo imposibilitó. Comenzó a llover tanto que su rostro se reflejo en la cortina de lluvia como en un espejo. Supo que había llegado el tiempo de imaginar. El tiempo de reinventar, de enseñarle a su agujero negro a brillar como una estrella, eso sí manteniendo su actual forma de hueco oscuro e invisible. Se permitió un tiempo para el recuerdo, trajo a su voz esa canción de Fito Paez que dice “Algo se detuvo en punto muerto. Y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor. Cuando los jazmines no perfuman. Cuando sólo vemos bruma. Cuando el cuento terminó. Todo nos parece intranscendente. No es cuestión de edad o suerte sino de amor.” Y mientras tarareaba, sacó de un cajón sus pinceles, tenía que darse prisa. Dibujó un nuevo sol y una nueva luna. Formó un sistema de planetas, lunas, cometas y estrellas. Todas ellas por descubrir. Hinchó un globo y metió su vía láctea y también a su corazón que marcaría desde entonces el ritmo del vuelo. Metió cartas de amor, cartas con chistes, ensayos filosóficos, sobre arte, deducciones matemáticas. Transcribió relatos y libros, cuentos infantiles.Susurro canciones y metió besos. Hizo un nudo y se permitió un tiempo para admirar su obra. Ató un cordel al globo y esperó a que anocheciera. Miró al cielo y comprobó que aún no habían construido esos muros que castigarían al silencio y al aislamiento a su agujero negro. Soltó la esfera de plástico y vio como se aproximaba a ese ser invisible que de algún modo, también era ella. Después apagó la luz y se durmió. Había llegado su tiempo de soñar.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Srta. Bosque y el Sr. Camino

“No seas el inferior de cualquier hombre, ni de ninguno el superior. Recuerda que todo hombre es una variación de ti mismo. Ninguna culpa humana es ajena a ti, y tampoco es una cosa aparte la inocencia de ningún hombre…”

UN MOMENTO DE TU VIDA . W. Saroyan

“Otra y cambiante
Porque la palabra me celebra en su júbilo inestable
¿O qué no cambia? ¿Permanece inmóvil?
¿Qué se yo de la palabra sino que se divierte en recorrerme serenamente, en hacerme irreconocible, inasible?”


La salvaja.
Carmen Boullosa 1989 (Poeta mexicana)




Ilustración de Violeta Lopiz


SRTA. BOSQUE - Sólo quien cavó la tierra para plantar un sueño, sabe lo que significa confiar en la esperanza de que el mundo de uno, crezca hacia afuera y no hacia adentro - dice la Srta Bosque, mirando desafiantemente a su compañero de reparto, el Sr. Camino.


SR. CAMINO - Pues los éxitos como los fracasos duermen silenciosos, a la espera de que alguien les libere de sus limbos, le contesta indignado el Sr Camino a la Srta Bosque, porque ésta menosprecia su actuación.

Desde bambalinas, el telón del teatro observa en silencio la batalla dialéctica, él que compartió el espacio vacío con Brooks, que vivió de cerca a Thomas Lanier Williams y aprendió de Harold Pintter.


TELÓN DEL TEATRO - Necios, piensa, os empeñáis en creer que existe un camino hacia arriba y otro hacia abajo y ya lo dijo Heráclito, son uno y el mismo. Aprender a leer el mundo y os alimentaréis de él, como las hojas que respiran el viento, sin pararse a pensar en la dirección en la que sopla, si hacia arriba o hacia abajo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Las confidencias de mi salón.





Ilustración de Citlalinushka Mirnanovka
http://citlalindedibujo.blogspot.com

Nadie pregunta nunca nada a los muebles, esos testigos que silenciosos presencian los grandes secretos y claves de nuestras vidas. Hay algo de cotidiano en esos objetos, algo que termina por hacerlos invisibles y sin embargo, presencian tantos acontecimientos importantes. Aprender a escuchar a esos espías mimetizados con nuestras casas fue todo un descubrimiento. Al principio, fue mi secreto, pensé que era un don que poseía y me diferenciaba. No tardé en saber que eran muchos los que como yo podían hacerlo. Viví con relojes de pared que jugaban a parar sus manecillas cuando los mirabas, como si pretendieran jugar con uno a los pies quietos. Con mesas que jugaban al tres en raya o sillas que corrían por llegar a la meta en una pista de atletismo. Charlé con butacas aficionadas al ajedrez que me descubrieron lejanas tierras y fabulosas aventuras. Saber de la vida de los muebles hizo que tomara la costumbre de sacar las sillas a la playa para que vieran el mar y tostaran sus maderas al sol. Llevé a las mesas a hacer deporte, a visitar museos, a hacer graffiti en calles escondidas. Les conté de mis amores, mis miedos y mis enfados. Y compartimos sus secretos y mis silencios. Ahora al entrar en casa es fácil no sentirse solo. Basta con apoyar sobre los muebles el oído y esperar, como el que se acerca una caracola en la playa para escuchar el mar.

lunes, 24 de agosto de 2009

Ida

Ilustración de Citlalinushka Mirnanovka

A Ida siempre le interesó el tiempo. Desde muy niña dedico sus horas de juego a observar la cambiante longitud de las sombras de los objetos, largas en los atardeceres y mucho más cortas hacia la hora de comer. Le habían enseñado que la vida necesitaba del tiempo para llevarse acabo y que sin él, la historia no existía. Sus antepasados habían inventado curiosos mecanismos para medirlo, para atraparlo. Habían jugado a adelantarlo si se retrasaba y a acelerarlo si las circunstancias lo exigían, manipulando clepsidras, relojes de sol, de arena, de viento...
Pero a Ida no le interesaban los extraños mecanismos de la precisión. A Ida le obsesionaba ganar tiempo. No le interesaba el dinero, ni las propiedades, tampoco el prestigio, ni el reconocimiento. Así como el que pasa sus horas en un casino apostando monedas con el fin de hacerse rico, Ida apostaba su tiempo y curiosamente ganaba el de los demás. Trabajaba para los otros a cambio de horas, minutos, segundos. Su salario oscilaba dependiendo del día de la semana, los lunes eran los días más caros. Una hora de su trabajo era pagada con un par de horas del que la contrataba. Ellos acortaban sus vidas pero conseguían sus objetivos, inmensas casas junto a la playa, grandes coches inaparcables, trajes de piedras preciosas que dañaban sus espaldas por el peso.
Es cierto que a la madre de Ida le hubiera gustado que su hija siguiendo la tradición familiar hubiera buscado la exactitud, que hubiera dirigido sus sueños hacia manecillas y diminutas tuercas. Tal vez, de haberlo hecho hubiera conseguido crear el reloj atómico, el NIST-FI, con un margen de error de sólo un segundo cada 30 millones de años pero nunca le dijo nada. Acepto que a Ida le interesaba mucho más la eternidad.
Y fue así que en un mundo rápido y vacío consiguió hacerse millonaria en tiempo. Noventa y siete millones de minutos para su jubilación. Esa fue su recompensa. A veces cuando la luna está llena y la noche es clara puedes verla volando con su pijama de rayas, paseando su eternidad entre las estrellas. En esas noches folios cargados de leyendas y cuentos caen sobre la tierra para detenerla.


Para Citla que con sus pinceles me inspiro

martes, 7 de julio de 2009

Tras las huellas de la ballena


" Probablemente habréis visto muchas embarcaciones extrañas, lugres de pies cuadrados, montañosos juncos japoneses, galeotas como latas de manteca, y cualquier cosa; pero os aseguro que nunca habréis visto una extraña vieja embarcación como esta misma extraña y vieja Pequod. Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. Curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos, la tez del viejo casco se había oscurecido como la de un granadero francés que ha combatido tanto en Egipto como en Siberia. Su venerable proa tenía aspecto barbudo. Sus palos -cortados en algún punto de la costa del Japón, donde los palos originarios habían salido por la borda en una galerna-, sus palos se erguían rígidamente como los espinazos de los tres antiguos reyes en Colonia. Sus antiguas cubiertas estaban desgastadas y arrugadas como la losa, venerada por los peregrinos, de la catedral de Canterbury donde se desangró Becket. (...)
Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano. (...)
Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo...Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena. "

Melville. Moby Dick

Las primeras secuencias de la película"Moby Dick" de John Huston, se rodaron en Canizal, Madeira. El guión fue escrito por Ray Bradbury.


Fotografía de Vitor Reinecke
Según el mito Madeira fue creada por Neptuno con un poco de lava y un remolino de sal. Aunque a mí me gusta más la idea, que no sé si es muy científica, de que es un fragmento no sumergido del legendario continente de Lemuria. Éste continente fue bautizado en el s.XIX, por Philip Sclater, para explicar el hecho de que hubieran Lémures en la India y en el sur de África. El continente fue engullido por el océano y dicen que fue anterior a la Atlantida.


miércoles, 1 de julio de 2009

Un fuerte olor a almendras amargas


Fotografía de Zzepp

"La meta es partir" Giuseppe Ungaretti

1


Aquella mañana yo caminaba nervioso mi inquietud, como el que pasea a su bebé en el carrito, confiando que el movimiento la calmara. Hacía tiempo que había abandonado el hábito de tomar café y cada mañana corría cerca de cuarenta y cinco minutos para bajar mis niveles de adrenalina, algo que mis músculos agradecían. Dentro del bolso llevaba una novela que acababa de comprar, se trataba del libro del afroamericano, Chester Himes, “Un ciego con una pistola”. El escritor se había inspirado en una anécdota que le había contado un amigo, un hecho real que había aparecido reseñado en la prensa local. Un ciego viajaba en un metro cuando sintió que una mano se metía en su bolsillo para robarle la cartera. Angustiado sacó su pistola y amenazó con ella al ladrón. Los pasajeros se tiraron al suelo del vagón e intentaron protegerse, como pudieron, del fuego indiscriminado del asustado invidente. Para cuando el metro se detuvo en la estación, la pistola del hombre ciego ya había vaciado su cargador y había matado accidentalmente a un tipo que inocente leía su periódico.
Pero el libro no narraba nada que tuviera que ver con aquel ciego, ni con aquel hombre inocente, abatido por una bala del azar, sino sobre las peripecias dos policías negros en Harlem, Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, dos tipos verdaderamente ácidos. La anécdota había llevado a Chester Himes a la idea que originó la trama de la novela y en eso se quedó en la idea que sobrevolaba dicha trama “toda violencia desorganizada es como un ciego con una pistola”. Y yo intentaba darle respuesta a una complicada pregunta ¿Quién era el problema la pistola o el ciego?

2


Esa diatriba era la que me había llevado hasta la librería. Durante un buen rato charlé con el dependiente, el local estaba vacío, contradiciendo esa idea que aseguraba que los índices de lectura en el país habían ascendido. Mire las estanterías, concretamente la que contenía todos los autores cuyos apellidos comenzaban por la “D”, sólo, por qué era la que estaba a la altura de mis ojos y no tenía ganas de hacer ningún esfuerzo. Los libros guardaban el mismo orden que la semana anterior, cuando había ido a comprar “Un extraño en mi tumba” de Margaret Millar. Ni siquiera les habían quitado el polvo, incluso el lomo de "Justine" de Lawrence Durrell, seguía algo más asomado que el resto de ejemplares. En la parte derecha del anaquel estaba la Duras, con varias de sus obras. Recordé un párrafo de “El amante”. Me lo sé de memoria desde que aquella mujer con la que mantuve mi primera experiencia emocional lo dejó por escrito en mi mesilla de noche, poco antes de desaparecer para siempre.
" Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo. La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud. Su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado.”
Nunca entendí que quiso decir con ello. También ahora, el tiempo había pasado por mi rostro y no había dejado esas marcas típicas de los seres afables sino que había ceñido mi rictus con un gesto rígido, que en ocasiones resultaba incómodo.
El dependiente comenzó a mirarme inquieto. Imaginé que deseaba que saliera de su espacio para disfrutar de nuevo de la soledad del librero, ese ser aventurero que abre las tapas de los ejemplares esperando que de las hojas broten océanos que les arrastren a islas misteriosas, a amores pasionales o que simplemente pongan un remedio sencillo a su desafortunado insomnio.
Salí de allí y metí el libro en el bolso.
Fue entonces cuando aquel tipo flaco y desgarbado empezó a seguirme. Llevaba un traje de franela de color azul marino y unos zapatos de charol deslumbrantes como el sol de agosto. Se movía con cautela, se mantenía a cierta distancia para evitar que yo me diera cuenta. El pobre infeliz no se había informado lo suficiente sobre mi persona, eso en el caso de que no hubiera cometido la imprudencia de no hacerlo, algo que también era posible. Desde que abandoné mi última relación sentimental no camino por el mundo con los dos ojos perpendiculares al horizonte sino que como el protagonista de la canción de Silvio Rodríguez, lo hago con un ojo arriba y otro abajo, cuando no con uno mirando a la derecha y el otro a la izquierda.
Fue así que no tarde ni medio segundo en darme cuenta de que pasearía acompañado por un completo desconocido que miraría cada uno de mis movimientos para acompasarlos a los suyos.
Pasaron varias horas. Durante todo ese tiempo yo fui componiendo una melodía de pasos arrítmicos y él fue cantando con los suyos mis variaciones. Y entonces ocurrió algo sorprendente. El silencio sustituyó al sonido. Los coches se detuvieron. A nuestro alrededor los transeúntes quedaron en pausa. Una niña que saltaba a la comba quedó suspendida en el aire y un perro que ladraba a una bicicleta mantenía su boca abierta como si fuera un tenor dando el do de pecho. Sólo él y yo parecíamos tener vida en aquel cuadro aterrador que el destino había dibujado para nosotros. No tuve más remedio que acercarme a él no quería sentir el terror que provoca la sensación de estar solo ante la tragedia. Yo miraba expectante de un lado a otro y él me miraba fijamente a mí. Yo era el tenista que juega el partido y él el espectador que desde las gradas le anima. Tardé algunos minutos en apercibirme de su seguridad frente a los hechos, pero soy hombre observador y curioso y no tarde en hacerlo.
Me miró como el que mira a un ser insignificante, a un animal minúsculo que se mueve en fila para no perderse, con desprecio. Sus ojos eran añiles, jamás había visto nada parecido. Di un paso atrás y él tendió su mano con rapidez y me agarró del brazo derecho o tal vez fue el izquierdo, no lo recuerdo. He intentado borrar miles de veces aquel día de mi memoria, pero sólo he conseguido confundirme a mi mismo. Su mano provocó en mí un escalofrío que se materializó en una mancha azulada que me acompañó algo más de cuatro años. Visite cientos de especialistas, médicos, homeópatas, chamanes y nunca nadie pudo darme una explicación científica a aquel brazalete, que tal y como apareció, desapareció. Pero no es de esa mancha de la que deseo hablar sino de otra que me acompaña noche tras noche. “Vayamos por partes” como dijo Jack, el destripador.

martes, 30 de junio de 2009

Un otoño de tiza




"Autumn Story" por FIREKITES de su album "The Bowery"
Vídeo dirigido por Yanni Kronenberg y Lucinda Schreiber.

Dedicado a Eva

lunes, 29 de junio de 2009

El abominable peso de lo inesperado


Fotografía Ángel Araújo


" Te enseñaré algo que no es
Ni tu sombra por la mañana extendida delante de ti,
Ni tu sombra por la tarde saliendo a tu encuentro.
Te enseñaré tu miedo en un puñado de polvo." T. S. Eliot


La carretera estaba más gris de lo habitual. El sol calentó tanto el alquitrán que los neumáticos comenzaron a derretirse como si fueran helados. Sentada frente al volante de mi vida sentí un pánico terrible. El asfalto era como un inmenso chicle que se estiraba y me atrapaba. Mi cabeza se llenó de agujeros negros. Me preguntaba si ese pedazo de historia que ahora tenía que desayunarme había tenido un guionista. ¿Por qué había escrito algo así?
Salí del coche con mi imaginación lastimada entre las manos. Y pude ver que el castillo, las princesas y los príncipes ya no estaban allí. En su lugar quedaba el cuento vacío, desgarrado por el nudo.

miércoles, 24 de junio de 2009

El tercer cajón

Ilustración de Marta Chicote

Entro en mi cabeza y lo primero que hago es mirar por la ventana que hay en mi cerebro, como haría cualquier inquilino que entrara por primera vez en una habitación alquilada. Ojeo lentamente la cama donde parece ser que mi pensamiento duerme noche tras noche. Cerca de ésta descubro una mesita de madera y en ella varios cajones. En el primero hay un letrero que dice ideas absurdas que no llevan a nada. En el segundo, pensamientos ajenos que he hecho míos. Y en el tercero, ideas secretas que mi inconsciente oculta de la luz. Soy mortal y terriblemente previsible, así que me acerco y finjo cierta curiosidad medida. No quiero que nadie pueda pensar que lo único que deseo es leer lo prohibido. Prendo la lámpara y una luz que muchos considerarían cegadora da en mi cara. Mis ojos se deslumbran como los del reo cuando el policía que pretende interrogarle, dirige el foco hacia él, hacia sus dos espejos del alma, el derecho y el izquierdo.
Dicen que el alma se ocupa personalmente de separar las cosas que irán a uno y las que destinará al otro pero yo no termino de creerlo.
Observo la madera de la mesita como si me llamará la atención. Se trata de un roble viejo que alguien se molesto en talar y transformar en este mueble que ahora tengo ante mí. Acarició lentamente la superficie y me muevo con cautela, tengo miedo de ser descubierto. Me giro y compruebo que sigo solo. Todo está en silencio ahí afuera, parece que todos los habitantes del planeta se han mudado o han ido a pasar las vacaciones a otra tierra. Eso me da fuerzas para seguir con mi cometido. Con un movimiento rápido lanzo la mano como la garra de un depredador contra ese tercer cajón, que con fuerza se resiste a abrirse. Decepcionado me siento en el suelo, era previsible cómo he podido creer... Paso así horas, sin saber que, poco a poco, mi cuerpo pierde temperatura.
Alguien llama a la puerta y me saca de ese ensimismamiento, que me conduce irremediablemente a la muerte emocional, aunque yo aún no lo sé. Miro a esa persona y sé que no es la primera vez que lo hago. Sé que lo hice cuando tenía diez años y que volví a hacerlo a los treinta, y dos veces más con treinta y nueve y con cuarenta. El desconocido y conocido a la vez, me dice que la vecina de la habitación de abajo ha llamado a recepción para decir que le molestan las goteras. Dice que en su techo hay una mancha de humedad que crece a ratos y disminuye en otros y no la deja dormir. Me mira a los ojos y me recrimina que las cosas no pueden seguir así. Me prohibe volver a llorar.
Me confiesa que no quería hacerlo pero que las circunstancias no le dan otra opción. Mete su mano en el bolsillo de sus pantalones de franela gris y saca una llave que me tiende con recelo. Creo que hasta este último instante a dudado si hacerlo o no. Después se gira y deja que observe como se aleja. La tela de sus camales roza entre si y compone una música, que oculta por completo el sonido de las pisadas de sus zapatos, sobre el falso parqué. Cierro la puerta y veo la llave en mi palma derecha. Me provoca cierto desasosiego. Es una llave pequeña, de plata.
La mano izquierda se acerca tímida a la palma derecha y nerviosa la merodea. La mano derecha permanece impasible. Con un movimiento rápido, la mano izquierda se lanza sobre la derecha y ésta se cierra con toda su fuerza para proteger la llave. Yo miro la cerradura del tercer cajón con desconfianza.

En el exterior se escucha "Brown eyed girl" by Van Morrison

martes, 23 de junio de 2009

Bee-Eater


Fotografía de Mariano Fernández

sábado, 20 de junio de 2009

Una carta dentro de una ballena

Así empezaba mi carta, con una ballena que nos haría viajar a ambos, lejos, muy lejos de allí. A un lugar inalcanzable en el que compartiríamos casa con inmensas selvas y ríos serpenteantes. Un lugar lleno de koapis, lémures, cuscús y hoatzines.
Cortaríamos con la sierra de nuestros sueños mares y oceános. Imaginaríamos que nuestros cuerpos no estaban separados por kilómetros de distancia. Creeríamos eternamente en nosotros, él en mí y yo en él. Su ausencia no sería más que la reafirmación de nuestro amor. Y sin movernos, en silencio, mirándonos a los ojos nos hablaríamos del único modo en el que los amantes se pueden hablar. Esa era mi carta y viajaba dentro de una ballena.




Ilustraciones Pablo Amargo
La ballena lleva un Mp4 y escucha: "Something in the way, she moves" de James Taylor. Feliz cumpleaños Azul

viernes, 19 de junio de 2009

Antes de que sea demasiado tarde

En 1992 Severn Suzuki, con 12 años, viajó desde Vancouver a Río de Janeiro y participó en la cumbre "The earth summit" organizada por la ONU. En ella los altos cargos mundiales estaban reunidos para debatir sobre los problemas medio ambientales en la tierra. La voz de Severn, dulce, contundente y precisa pronunció un discurso, que sinceramente creo que todo el mundo debería escuchar y reflexionar como mínimo una vez.


Ilustración Alma Larroca
Este fue su discurso:
"Hola, soy Severn Suzuki y represento a ECO (Environmental Children's Organization). Somos un grupo de niños de 12 y 13 años de Canadá intentando lograr un cambio: Vanessa Suttie, Morgan Geisler, Michelle Quigg y yo. Recaudamos nosotros mismos el dinero para venir aquí, a cinco mil millas, para decirles a ustedes, adultos, que deben cambiar su forma de actuar. Al venir aquí hoy, no tengo una agenda secreta. Lucho por mi futuro.
Perder mi futuro no es como perder unas elecciones o unos puntos en el mercado de valores. Estoy aquí para hablar en nombre de todas las generaciones por venir. Estoy aquí para hablar en defensa de los niños hambrientos del mundo cuyos lloros siguen sin oírse. Estoy aquí para hablar por los incontables animales que mueren en este planeta porque no les queda ningún lugar adonde ir. No podemos soportar no ser oídos.
Tengo miedo de tomar el sol debido a los agujeros en la capa de ozono. Tengo miedo de respirar el aire porque no sé qué sustancias químicas hay en él. Solía ir a pescar en Vancouver, mi hogar, con mi padre, hasta que hace unos años encontramos un pez con cáncer. Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen cada día, y desaparecen para siempre.
Durante mi vida, he soñado con ver las grandes manadas de animales salvajes y las junglas y bosques repletos de pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán siquiera para que mis hijos los vean.
¿Tuvieron que preguntarse ustedes estas cosas cuando tenían mi edad?
Todo esto ocurre ante nuestros ojos, y seguimos actuando como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y todas las soluciones. Soy sólo una niña y no tengo soluciones, pero quiero que se den cuenta: ustedes tampoco las tienen.
No saben cómo arreglar los agujeros en nuestra capa de ozono. No saben cómo devolver los salmones a aguas no contaminadas. No saben cómo resucitar un animal extinto. Y no pueden recuperar los bosques que antes crecían donde ahora hay desiertos.
Si no saben cómo arreglarlo, por favor, dejen de estropearlo.
Aquí, ustedes son seguramente delegados de gobiernos, gente de negocios, organizadores, reporteros o políticos, pero en realidad son madres y padres, hermanas y hermanos, tías y tíos, y todos ustedes son hijos.
Aún soy sólo una niña, y sé que todos somos parte de una familia formada por cinco mil millones de miembros, treinta millones de especies, y todos compartimos el mismo aire, agua y tierra. Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso.
Aún soy sólo una niña, y sé que todos estamos juntos en esto, y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo.
Estoy enfadada, pero no estoy ciega; tengo miedo, pero no me asusta decirle al mundo cómo me siento.
En mi país derrochamos tanto… Compramos y desechamos, compramos y desechamos, y aún así, los países del Norte no comparten con los necesitados. Incluso teniendo más que suficiente, tenemos miedo de perder nuestras riquezas si las compartimos.
En Canadá vivimos una vida privilegiada, plena de comida, agua y protección. Tenemos relojes, bicicletas, ordenadores y televisión.
Hace dos días, aquí en Brasil, nos sorprendimos cuando pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la calle. Y uno de ellos nos dijo: “Desearía ser rico, y si lo fuera, daría a todos los niños de la calle comida, ropa, medicinas, un hogar, amor y afecto”.
Si un niño de la calle que no tiene nada está deseoso de compartir, ¿por qué nosotros, que lo tenemos todo, somos tan codiciosos?
No puedo dejar de pensar que esos niños tienen mi edad, que el lugar donde naces marca una diferencia tremenda. Yo podría ser uno de esos niños que viven en las favelas de Río; podría ser un niño muriéndose de hambre en Somalia; un niño víctima de la guerra en Oriente Medio, o un mendigo en la India.
Aún soy sólo una niña, y sé que si todo el dinero que se gasta en guerras se utilizara para acabar con la pobreza y buscar soluciones medioambientales, la Tierra sería un lugar maravilloso.
En la escuela, incluso en el jardín de infancia, nos enseñan a comportarnos en el mundo. Ustedes nos enseñan a no pelear con otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir y a no ser codiciosos.
Entonces, ¿por qué fuera de casa se dedican a hacer las cosas que nos dicen que no hagamos?
No olviden por qué asisten a estas conferencias: lo hacen porque nosotros somos sus hijos. Están decidiendo el tipo de mundo en el que creceremos. Los padres deberían poder confortar a sus hijos diciendo: “todo va a salir bien”, “esto no es el fin del mundo” y “lo estamos haciendo lo mejor que podemos”.
Pero no creo que puedan decirnos eso nunca más. ¿Estamos siquiera en su lista de prioridades? Mi padre siempre dice: “Eres lo que haces, no lo que dices”.
Bueno, lo que ustedes hacen me hace llorar por las noches. Ustedes, adultos, dicen que nos quieren. Los desafío: por favor, hagan que sus acciones reflejen sus palabras.
Gracias.

martes, 16 de junio de 2009

¿Alguien puede darme una palmadita en la espalda?, por favor

Fotografía de Emil Schildt

Expuesta como cualquier película fotográfica a la luz de la verdad, mis sueños se ven rotos. Es el miedo el que escribe, él el que dota las frases de insensibilidad. A veces pienso que eso que mis guardianes de la corrección llaman falta de brillo, falta de chista o sosería, no es más que intimidación creativa, un bloqueo emocional que amenaza con destruir mi discurso narrativo. Y sin embargo otras veces, sucumbo al dolor de no ser lo que quiero ser, de no escribir lo que deseo escribir, de estar en el lugar equivocado. Me pregunto si alguna vez se han visto ellos expuestos a constantes críticas y cambios. ¿Alguna vez alguien ha puesto en tela de juicio sus palabras y les ha hecho creer que no tienen boca, no tienen voz, no tienen nada? Sé que ahora el calor del espacio que me rodea parece acrecentar está sensación de estupidez que me acompaña. Y sé que mañana todo se habrá calmado. Volverá esa fuerza inconsciente que me obliga a seguir intentándolo, así como mi nariz me obliga a volver a respirar tras segundos aguantando el aire en los pulmones.
Pero hoy desearía borrar estos sentimientos feos y oscuros que acompañan los minutos de mis últimos días y aunque busco soluciones pragmáticas que aplicar, no consigo creérmelas. ¿Alguien puede darme una palmadita en la espalda?, por favor.

miércoles, 3 de junio de 2009

Domando el vacío

Pintura de Séraphine de Senlis

"El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para que se vive" Dostoievski

" Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño"
Miguel Saiz Álvarez


Dijo que había entrevistado a A.A.E Ericsson y me miró. Yo escuché sus palabras con entusiasmo. Siempre admiré a esa escritora, amante de los animales, feminista en un momento histórico en el que serlo no era tan sencillo como ahora.
Esperé boquiabierta que siguiera con su prometedor relato. Dijo que se citó con ella en Estocolmo, poco después de que ella recibiera el Premio al "Sustento Bien Ganado", también llamado "Premio Nobel Alternativo". Yo desconocía la existencia de esos galardones y él con su habitual dogmatismo me dio una completa explicación. Parece ser que en 1980, un filatelista llamado Jakob von Uexkull, decidió homenajear y apoyar a aquellas personas que trabajaban buscando soluciones para cambiar el mundo, en sus deficiencias más urgentes.
Después de eso, hizo una pausa, un tenso intermedio de esos que intentan acrecentar la intriga y después sonrío satisfecho. Estaba seguro de que había conseguido captar mi atención, aunque no creo que nunca sospechara lo que de verdad desencadenó en mí todo aquello.
Su sonrisa me mostró una pequeña mancha blanca en uno de sus incisivos, el central. A primera vista parecía una mácula aparecida por una falta de calcio, una de esas que amenazan con extenderse y convertir el diente en un objeto frágil y transparente. Pero si prestabas atención parecía el resto de un dibujo tatuado en el esmalte. Jugué con aquella imperfección como en mi infancia lo hacía con las nubes, buscando en ella un animal, un pirata, un símbolo…que sé yo. El enigma me mantuvo ausente el resto de la conversación aunque creo que él no se apercibió de nada. Las frases llegaban a mí como venidas de un lugar lejano y no conseguían sacarme del sopor de mi obsesión. Quise preguntarle si era cierto aquello que se contaba sobre el nacimiento de su conocida heroína, pero me resultó imposible. Tenía los cinco sentidos secuestrados por aquel estúpido diente. La mancha se alzaba frente a mí como un poderoso fantasma.
Después de aquella cita tardamos años en volver a reencontrarnos. Lo hicimos en la celebración de los 100 años del nacimiento de Astrid Lindberg. Yo había acudido sola al evento. Mentiría si no dijera que le había estado esquivando todo aquel tiempo. Había dejado de asistir a invitaciones, había huido de los lugares comunes, incluso había cambiado mi número de teléfono, jubilando la agenda en la que yacía el suyo. Y todo por una insuperable mancha en un diente.
Entré al salón y le vi a lo lejos. Parecía feliz, y así quise creerlo, aunque el tiempo me ha enseñado a no fiarme de esas apariencias. Saludaba a unos y a otros con verdadero deleite. De su cuello colgaba una antigua cámara de fotos, que se balanceaba, tal vez era la misma que años atrás había inmortalizado a la creadora de Pippi Langstrumpf. Al verme me saludo con la mirada y siguió su conversación con una chica de pelo corto y extremada delgadez. Yo me sentí como un jardín en invierno y temblé como lo hacen las hojas en el otoño, cuando penden de las ramas sabiendo que su vida acabará estrellándose contra el suelo. Había temido aquel momento como nada en el mundo, lo había imaginado cientos de veces, unas más afortunadas que otras, pero nunca me había provocado tanta pereza como entonces. No quería volver a quedar atrapada en una mancha dental y sabía que lo haría. Al igual que semanas antes había quedado presa de un grano en la nariz de un interlocutor. Sabía que cuando se acercase, cuando me preguntase cómo estaba, cuando pronunciara esa esperada frase “¿cuánto tiempo? ¿no?”, yo no podría contestarle, no sería capaz de escuchar nada de lo que me contara. Mi mente se ofuscaría. La rabia y el silencio crecerían hasta asfixiarme. Y aunque deseara hablarle como lo haría Hopalong Cassidy, grosera, áspera y con conducta desganada, no lo conseguiría. Caería de nuevo presa en las redes de aquel dibujo deforme que vivía en su incisivo central.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El valor del miedo

Fotografía de Tania Castellanos

"Mi lenta inmersión en la pérgola desde la que se contempla el faro de Cascáis acabó ese día por convertirse en una lenta inmersión en un recuerdo de lo que probablemente nunca, en realidad, había vivido: el más tenaz de los recuerdos, una inmersión radical en la melancolía." Enrique Vila-Matas, Desde la ciudad nerviosa.

Me pide que le disculpe. Ha estado esperando en la calle 80 la llegada del Transmilenio y éste se ha retrasado. Y continúa sus excusas. Detesta llegar tarde y más el día de mi cumpleaños. Recuerdo entonces a que fecha estamos y le miró fijamente. Él recorre con sus ojos el itinerario de los míos y recae en sus manos vacías. Este año tampoco tendré regalo, pienso, mientras me mareo por el olor dulzón de ese perfume de mujer que destila su ropa. En un alarde de imaginación me dice que ha olvidado mi regalo en la parada, justo antes de tomar el taxi. Yo permanezco callada y me digo para mí, que traicionera es su memoria y que vaga su creatividad, ha pronunciado exactamente las mismas palabras que el año pasado y que el anterior e incluso que el anterior a ese. Le observo fría, esperando que me sorprenda, que se acerque para darme un beso. No es que lo desee pero hace demasiado tiempo que sus labios no descansan en los míos.
Se quita la chaqueta y la cuelga en la silla, mientras me pregunta si he hablado contigo. Le miento, como el año pasado y el anterior y el anterior a ese. Le respondo que lo he hecho.
¿Y?, dice con cierta rabia subiéndole por la garganta.
Nada, le contesto, todo le va bien. Él se agacha y se mete bajo la mesa, como haría un gato para esconderse de mí. Aprovecho entonces para dejar que mis ojos licuen la tristeza. ¿Por qué no tendrá una secretaria que le compre mis regalos de cumpleaños?

Miro el retrato colgado en la pared, ese en el que estamos los tres abrazados, sonrientes, con el río de fondo. Me ensimismo en el sonido del agua, en el de nuestras risas de entonces. Te acaricio la mano. Ojala no hubieramos perdido el contacto hace tres años.
Él me hace regresar a la realidad a voces. Me pide que estire de los cables que él mueve. Se lamenta enfadado, no entiende que es lo que ocurre con al ordenador. ¿por qué no funciona?.
Me tienta confesarle que ayer moje el disco duro a propósito, pero no lo hago. Callo como es costumbre. Le veo moverse ansioso bajo la mesa y pienso que todo me parecería normal si no fuera porque nuestro ordenador es un portátil y bajo la mesa no hay ningún cable.

viernes, 22 de mayo de 2009

Instrucciones para superar un día que amenaza lluvia

Fotografía de Bernard Plossu

Escuchar: "September in the rain" por Al Hibbler

jueves, 21 de mayo de 2009

Te dejé un mensaje en la nieve




Ilustración de Lost Fish

Ella siempre fue un as de la depresión. Invitada a velatorios conseguía sacar inmensas lágrimas sentidas hasta a aquellos que no conocían al muerto. No sólo era una hechicera de la tragedia sino que se enorgullecía de serlo.
A veces, mientras desayunaba en el bar de la esquina, con la taza del café ardiendo entre las manos, ejercía su poder y hacía llorar a todo el establecimiento. Los clientes se miraban perplejos entre si, y se secaban los lloros con las mangas de los abrigos; los había que hasta moqueaban y gemían como niños consentidos… Ella sonreía y daba pequeños sorbos satisfechos a su taza.

Había quien la llamaba ceniza y eran muchos los que despreciaban su pesimismo conseguido tras una ardua lista de tristes lecturas y películas lacrimógenas, pero a ella le divertía. Era una profesional de la pena.

Vivía en una finca de tres pisos, en el centro de la ciudad y poseía unos extraños y afilados dientes negros. Hay quién culpaba a sus incisivos de su taciturno carácter pero no eran más que suposiciones sin rigor científico.

Los anuncios por palabras de la prensa nacional e internacional la vendían como catalizadora de euforias. Es bien conocido que en determinados acontecimientos sociales en los que se agrupan intereses contrapuestos, el peligro de incidentes graves se multiplica por mil. Y era precisamente, en estos casos cuando nadie dudaba en invitarla, al precio que fuera.
Ella acudía puntual a la hora de la cita y conseguía de un modo natural y sin aspavientos que los invitados abandonaran el evento sumidos en un terrible sopor.

Es muy curioso comprobar cuanto unen las penas.

Ella desapareció un día soleado. El calendario mostraba el mes de octubre y el año lucía dos nueves como última cifra. Nadie, ni sus más asiduos clientes la echo en falta. Pero ese día como despedida los periódicos nacionales e internacionales incluyeron una noticia anónima, que según informaron fue enviada un día antes. Dentro del sobre que la contenía, acompañándola, había un frasco de cristal vacío, en el que podía leerse con letra clara: “lágrimas”. Y en la nota había un presagio. Ella les informaba de que dos semanas más tarde, a eso de las doce de la mañana, todos los habitantes vivos del mundo llorarían sin remedio y a la vez.
La prensa carente de noticias en aquellos días dio pábulo a aquella excentricidad llegada a sus redacciones. La información creció y creció y creo tanta expectación que los gobiernos de medio planeta se vieron forzados a dar una hora de descanso a los trabajadores para que estos pudieran esperar con tranquilidad el acontecimiento. Llegado el día y la hora prevista el planeta quedo inmóvil. Los especuladores vendieron banderitas mientras el mundo esperaba mirándose a los ojos. Lo cierto es que fue la hora más larga de la historia. A las doce menos un minuto, los pájaros, perros y gatos comenzaron a acusar un molesto picor en los globos oculares. Y a las doce en punto hombres, mujeres y niños, de todos los países habidos y por haber, lloraron desconsolados. El planeta hipaba en el universo. Marte, Saturno, Venus…reían ante los ridículos temblores de la tierra. El suceso duró apenas unos minutos pero aún hoy se recuerda.

lunes, 18 de mayo de 2009

El Salón de los Pasos Perdidos


Fue ayer a las seis de la tarde, cuando Mario guardó su cuaderno e hilvanó sin palabras el silencio.


No fue una despedida si no un juego. Un reencuentro con sus elegidos, esos que él mismo dijo haber ido perdiendo.
Neruda, Pavese, Pessoa, Alberti, Vallejo... allí estaban todos, en fila india, guardándole un hueco.
Y Luz, que en sus últimos días le miraba a los ojos y olvidaba verlo.
Fue ayer, ayer a las seis de la tarde cuando Mario se quedó durmiendo.
No fue una despedida si no un juego.
Así nos dejó Mario, acompañados de poemas y cuentos.

jueves, 30 de abril de 2009

A veces es mejor seguir durmiendo

Gerda Taro fotografiada por Robert Capa


“Creía que eras una mujer con sentido común pero eres como todas las demás. Te atontas cuando un hombre te ofrece la luna y en cambio, él se lleva todo cuanto tú le das. No, no te preocupes querida, no es culpa tuya, debías saber que estaba escrito. Has elegido como tenías que elegir, has escogido la vida y así debe ser pase lo que pase. He decidido marcharme Lucía, yo ya no puedo ayudarte, sólo serviría para destruir cualquier ocasión que se te presente de ser feliz. Debes tomar el timón de tu propia vida entre los vivos. Y aunque encuentres tormentas o calmas, arribarás a algún puerto al final.
Lucía escúchame has estado soñando, soñaste que un capitán de barco se te aparecía, soñaste que hablaste con él y con un libro que escribisteis juntos, pero fuiste tú la única que escribiste ese libro, no te ayudó nadie. La idea del libro te la dio esta casa, ese retrato que está colgado de la pared, el ambiente que te rodea. Ha sido un sueño Lucía. Y mañana y todos los días de tu vida recordarás este sueño, que acabará como acaban todos los sueños, al despertar.
Como te hubiera gustado el Cabo Norte y los Fiordos al sol de medianoche, cruzar los arrecifes de Barbados, donde el agua azul se vuelve verde, las Fairklands, donde la galerna del sur hace que el mar se ponga blanco de espuma. Cuántas cosas nos perdimos Lucía. Cuántas cosas nos perdimos. Adiós mi amor.”

“The Gosth and The Mrs Muir, 1947”
JOSEPH L. MANKIEWICZ

Guión Philip Dunne, según novela de R. A Dick

Se presenta como una dulce obsesión, una inquietud que llena de zozobra cada uno de los parsimoniosos movimientos de mi respiración, exhalar, inhalar, exhalar, inhalar… Así llega el dolor, que sorprendido, se transforma por un instante en felicidad y desaparece para reaparecer con igual o mayor intensidad.
Como un fantasma que vaga por mi sistema nervioso, mira los objetos que hay a su alrededor y los observa envejecer. Me pregunto si ese dolor es el mismo que el de hace años, meses, días. Recuerdo esa pregunta sincera que se hizo Schopenhauer, ¿era la golondrina de ese verano la misma que la del primer verano? ¿Ocurría entre ellas el milagro de sacar algo de la nada y era eso burlado por la aniquilación absoluta? Decía el filósofo en “El mundo como voluntad y representación” que aquel que le oyera asegurar que ese gato que estaba jugando allí, era el mismo que brincaba y que atravesaba ese lugar hace trescientos años, le consideraría un loco, pero locura más extraña era imaginar que era otro.


Aparecen esos hombres, ataviados todos ellos con sombreros y hablan entre si murmurando. Parecen creer que su verdad lo salvará todo de la ruina.
Soy elevado por un tornado de ideas que alza mis pies del suelo, que los eleva de un modo mágico y en ese vuelo me dejo llevar por el sueño. Por un sueño que como una matriuska esconde otro sueño y ese a su vez otro y así sucesivamente. Y los hombres con sombrero descubren sus cerebros y en ellos veo un laberinto confuso que esconde una fiera mortífera, la arrogancia.

jueves, 23 de abril de 2009

Delitos de estilo.

Fotografía de Leo Fuchs


Jugueteo con las comas, con los punto y coma, con los puntos. Como una loca corro de un lado a otro de las frases. Bailo con los árticulos, le doy la espalda a los nombres, acarició los verbos y llega entonces él y me sorprende. Le sonrío. Él coge la primera coma y la cuelga del techo. Coge el punto y coma y lo insulta. Coge el punto y me cierra la boca.

viernes, 6 de marzo de 2009

Atrapada

Fotografía de Kahn Selesnick



ADDISON DE WITT: Oh, ¿te sientes mucho mejor ahora?
SRTA CASWELL: Como un cisne en el Canal de la Mancha. ¿Y ahora qué?
ADDISON DE WITT : Tus nuevos pasos deben encaminarse hacia la televisión.
SRTA CASWELL: Dime una cosa, ¿piden también pruebas en televisión?
ADDISON DE WITT: Eso es la televisión, amiguita, solamente pruebas
Joseph Mankiewicz ("All about Eve" 1950 )


Vivía en una falda y no era la de una montaña, ni la de una mesa camilla, sino dentro de una falda, una de esas de tela que como un cono invertido cae sobre las piernas de algunas chicas. Mi falda estaba llena de pájaros y de hojas sueltas. Supongo que la idea si te paras a pensarla en serio es angustiosa pero a mí sinceramente me daba igual.
Es cierto que si me hubiera fijado en ciertos detalles habría descubierto mi situación mucho antes pero ahora de nada sirve lamentarse. Sé que en mis paseos circulares nunca me cruzaré con ningún desconocido y también sé que los pájaros nunca piaran para mí y que las hojas parecerán eternamente suspendidas en el aire, pero no todo el mundo puede decir que vive en una falda.
Desde que lo sé me ha dedicado a buscar datos que iluminen un poco mi origen. Parece ser que nací en el taller de un importante ilustrador de la época, ¿de cuál?, no sé. Durante mucho tiempo estuve en una mesa de madera inclinada que a modo de atril me sostuvo durante los primeros años de mi vida. El ilustrador admiraba mi belleza sencilla cada mañana y se inspiraba en mí para desarrollar el resto de sus obras, algo que creo nunca gustó al resto de criaturas, que a diferencia de mí, terminaron encerradas en algún libro. Un buen día la esposa del ilustrador celosa de que su esposo me tomará como su musa decidió vengarse y me escondió en el fondo de un baúl. El ilustrador enloqueció al despertar una mañana y notar mi falta. Removió cielo y tierra para encontrarme. Navegó mares, buceó océanos y atravesó ríos. Murió lejos de su casa, dicen que bajo un inmenso árbol.
La esposa desolada por el abandono y atormentada por un inmenso sentimiento de culpa, se metió en el baúl y esperó a que el oxigeno desapareciera.
Parece ser que muchos años más tarde una nueva inquilina apareció en el estudio. Abrió el baúl y descubrió allí una falda roja con unos pájaros, unas hojas y la silueta de lo que ella describió más tarde como...

jueves, 26 de febrero de 2009

No te creas nada


Fotograma de "Du Levande" de Roy Andersson

Una mañana desperté y descubrí que todo era mentira. No fue una cigüeña la que me trajo colgada de su pico en una sabana blanca, no traía un pan bajo el brazo, ni venía de Paris. Baltasar mi rey mago favorito, no era mago, ni negro, ni había leído ninguna de mis cartas. Las encontré todas en el arcón de la abuela. Nunca se comió la fruta, ni se bebió el champán. Nunca vino a casa a verme, ni me besó mientras la ciudad dormía. Cuando estuve apunto de matarme al caer desde el balcón de la abuela, un quinto piso, no fue el ángel de la guarda el que me salvó sino los toldos de las vecinas. Papá y mamá no me veían desde el cielo, estaban bajo tierra, así es que como mucho veían las suelas de mis zapatos. Y la abuela no era mágica, ni podía curarme con un beso. El ratoncito Pérez no era más que un bote de cristal, en el que yacían como fósiles mis dientes de leche, que por cierto no eran de leche. Cuando me quise dar cuenta mi vida se vino abajo. Cayó hecha trizas sobre las zapatillas de cuadros que había a los pies de mi cama y que la abuela no había comprado sino robado en el chino de la esquina.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Un sueño

" Sol Ardiente de Junio" de Frederic Leighton (Scarborough 1830-Londres 1896) Pintor de la Escuela clásica de la pintura victoriana.


"Fue entonces cuando empecé a traicionarla. No es que fuera por ahí contando sus secretos o poniéndola en evidencia. No revelé nada que hubiera que mantener oculto. Al contrario: mantuve oculto lo que debería haber revelado. Me negué a admitir su existencia. Sé que negar a alguien es un tipo más bien inofensivo de traición. Desde fuera no se aprecia si uno está negando a alguien o simplemente pretende ser discreto o considerado o sólo intenta evitar situaciones delicadas o molestas. Pero el que niega a otro sabe muy bien lo que hace. Y negar una relación es una manera de socavarla tan grave como otras formas de traición más espectaculares."

Bernhard Schlink

En mi sueño confundo el invierno con la primavera mientras un pájaro carpintero esculpe mi cerebro y el viento susurra “Into the Woods” de Polly Paulusma.
Él ha vuelto de su viaje, yo paseo ensimismada a mis ratones, que son blancos y negros como las cebras y las plantas no me piden agua sino a Julie London.
Aparece un ser desconocido que dice llamarse Ludwig. Dice que vive en una casa junto al parque. No sé muy bien a que parque se refiere pero no le pregunto. Me cuenta que tiene dos sillas forradas en piel de color oxido y que nunca se sienta en ellas porque su función es reflejar la luz que entra por la ventana. Ludwig tiene los ojos rasgados y parece mayor, pero no sabría precisar su edad. De repente entra en el sueño una mujer que lleva una bandeja en las manos y en ella dos walkman. La mujer se acerca a nosotros parsimoniosa y nos dice que nuestro desayuno está listo. Ludwing coge un walkman, coloca los auriculares en sus oídos y con la mirada me inquiere para que haga lo mismo. Extiendo mi mano y cojo el walkman que Ludwing ha dejado para mí. Al ponérmelo escucho “Cry me a river”.

Ahora mientras transcribo mi sueño, pienso que para desayunar hubiera preferido tomar a Julie London con “Fly me to the moon” y sentirme Barbarella por unos minutos, tal vez tres con tres, pero ya sabes aunque dicen que uno se inventa sus sueños mientras duerme, a mí no me han dejado elegir canción.

miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Qué ropa le ponemos?

Ilustración de Citlalinushka Mirnanovka

La que siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él, me respondió mi hermana mientras le miraba con ternura. Los dos sabíamos que papá no había estado en ninguna guerra aunque en sus delirios las hubiera luchado todas. En los meses que estuvo ingresado no nos reconoció ni una sola vez. Incluso en una ocasión se cuadró al verme.

- Mi coronel las tropas están preparadas para el ataque, dijo.
- No esperemos más capitán, contesté ante la perpleja enfermera.

Antes de irme del hospital para recoger la ropa con la que le enterraríamos, le mire preguntándome que guerras me esperarían a mí. Su enfermedad era hereditaria.

lunes, 16 de febrero de 2009

La historia y su memoria


Ilustración de Enki Bilal

"No sabemos nada y eso es lo fascinante." Wislawa Szymborska

No creo que nadie tenga derecho a opinar sobre los demás, sobre su vida, sobre sus actitudes frente a esta, sobre nada en general. A veces pienso que no podemos opinar ni de nosotros mismos. Pero ella, mi amiga, no era así. Ella creía que la opinión forjaba la historia. Que había que participar de una forma activa en esa película que otros escriben interpretando lo que sucede, sucedió y sucederá. Y que más tarde llega a nuestros hijos, sobrinos, hijos de vecinos, sobrinos de vecinos… en forma de manual escolar, cuyo contenido repasamos con ellos antes de que se vayan a la cama y que les explicamos pacientemente como antaño les contábamos cuentos. Después apagamos la luz de la lamparilla de noche y salimos a tientas, rumbo a nuestra versión de la historia para adultos, una versión más sesuda, llena de críticas y pensamientos que lejos de llevarnos a la reflexión nos adoctrina. Un libro de tapas duras que por su aspecto solemne parece esconder la verdad, la única verdad.

Eso le había escrito yo en un e-mail a primera hora de la mañana, aún a sabiendas de que caería en saco roto. Ella era una extraña mezcla, un amasijo de contradicciones. Bajo su larga melena, camuflada entre las raíces de su pelo, escondía la rabia, la desilusión y de alguna manera el fracaso. Mirándola descubría que ni ella misma lo sabía. Había trabajado tanto justificándose que ahora era difícil explicarle que todo lo que contaba no era cierto. Que había modificado los hechos a su antojo y que lo había hecho de un modo inconsciente.
Cómo explicarle que la memoria no es fidedigna con los hechos y con ello poner en tela de juicio todo lo que cree poseer, su pasado. Cómo hacerle aceptar que la misma historia vivida y contada por dos personas diferentes es radicalmente distinta. Que cuando hablas con tus hermanos, tíos, abuelos, durante una merienda de domingo, sobre lo que pasó el verano de 1995, hay tantas versiones como personas sentadas a la mesa. El abuelo que cuenta un detalle que tú has olvidado por completo. El tío que duda de lo que tú cuentas. Tú que intentas aunar datos y consigues un puzzle incomprensible que olvidaras en un par de tardes más.
Y cómo seguir viviendo sabiendo que la solidez de las cosas es relativa, originariamente relativa desde que se teorizara en 1905.

Algunas noches mientras cuento estrellas esperando el sueño pienso en Kepler, en el niño que con cinco años observó un cometa y con nueve un eclipse de luna. Hijo de un mercenario y de una curandera que regentaba una casa de huéspedes y que fue acusada de brujería. Y reflexiono sobre la estrella de Belén, la supernova que tuvo lugar el año 5 a C, cuya luz fue observada por los astrónomos chinos contemporáneos, y que vino precedida en los años anteriores por varias conjunciones planetarias en la constelación de Piscis. Esa supernova que estalló millones de años atrás y cuya luz no llegó a la tierra hasta ese año.
Pienso en mi amiga, en mí, víctimas ambas de una explosión de hechos acontecidos en el pasado y de los que vemos la luz ahora, muchos años más tarde.

lunes, 2 de febrero de 2009

El abominable hombre intelectual del siglo XXI

Fotografia de Loretta Lux
Nacida en 1969 en Dresde. Sus fotografías de niños tienen un halo hipnótico que consigue conmover a quién las observa. http://www.lorettalux.de/

Uno se duerme con la convicción de que tras ocho horas reparadoras volverá a amanecer idéntico a como anocheció pero no siempre es así. Los sueños hasta los más ínfimos dejan pequeñas marcas, es cierto que algunas de ellas son imperceptibles, pero no lo duden, son.
El tiempo las fragua, las configura lentamente y con manos transparentes coloca una huella y luego una segunda y una tercera, tal y como sucesivamente se coloca un ladrillo encima de otro hasta construir un castillo.
Y un día después de cien, uno se mira al espejo y se da cuenta de que la escultura de carne y hueso que allí se refleja es desconocida. Guiñas un ojo y después el otro en un afán por reencontrarte. Pero no, quedas a oscuras frente a esa superficie pulida en la que la luz cumple las leyes de la reflexión. Y así, pensativa, sin saber muy bien que decirte a ti misma decides seguir adelante. ¡Qué más da! - te dices - al fin y al cabo ¿a quién le importa?
Lo que voy a relatarles puede parecer estúpido y tal vez lo sea pero también la estupidez merece cierta atención de vez en cuando.
Fue un nublado día de invierno, un día gris como tantos otros. Aún no llovía pero amenazaba con hacerlo. Mi hermana llamó por teléfono para decir que no vendría a comer. Las cosas según dijo se le habían complicado en la oficina. Trabajaba en una galería de arte al mandato de uno de esos amantes de la cultura, que leen todas las novedades literarias, ven todos los estrenos cinematográficos y escuchan todos los discos que salen al mercado y que además tienen tiempo para salir a cenar con sus amigos, viajar los fines de semana a lugares recónditos e incluso desarrollar proyectos propios. Uno de esos que saben llenar las conversaciones de palabras vacuas y que con su sola presencia acelera el reloj de los demás. Como diría mamá: “un asco de tipo”. De ella les hablaré más tarde.
Lo cierto es que recibí la llamada de Elsa con una enorme anemia emocional. A veces me ocurre. Llega de repente sin ningún síntoma que la anuncie. Se cierne de pronto como lo hace el cernícalo y ni mis cuarenta bayas Goji al día, consiguen alejarla. Me pregunto si Li Quing Yuen, en sus 252 años de vida, se arrepintió alguna vez de que su sopa de cerezas le hiciera casi inmortal.

Elsa mi hermana mayor trabaja en una galería de arte llamada “Li Gallery”. Siempre me he preguntado el porque de ese nombre, por qué no termino de creerme que el banal de su jefe lo eligiera, como el mismo afirma, por el concepto de la filosofía china.

- ¿No me digas que no conoces la Dinastía Shang y “El libro de los cambios”?
Elsa, tu hermana me deja de piedra. Pues sí, te explico: “Li” es el concepto de principio. Pensé que como era mi primera incursión en el mundo del arte ese era un nombre apropiado para la Galería. Bueno, os dejo. Ya sabéis lo tediosas que resultan las inauguraciones pero uno ha de cumplir con sus compromisos.
- Uy, hola Álex. ¿Has venido solo? Sí, tienes razón la galería me ha quedado estupenda.

“! Qué agonía!” pensé entonces mientras se alejaba de nosotras y sigo pensándolo ahora mientras le recuerdo mirando por esta ventana que da al parque.
El abominable hombre intelectual del siglo XXI. Yo apostaría mi alma a que Li es su edad en números romanos, claro que ese concepto vende mucho menos.

La mañana del 11 de abril a eso de las 13:30 Elsa llamó hecha un flan. No podía comer conmigo porque Mr Li le había pedido que le acompañara en una comida de crucial importancia para el negocio. Desde Nueva York llegaba uno de los pintores más reconocidos del momento. Casualmente, su marchante era amigo de la infancia del jefe de mi hermana y así como quien no quiere la cosa habían organizado un encuentro casual en uno de los restaurantes más chic de la ciudad. Ambos se saludarían con asombro y el marchante les invitaría a sentarse y comer con ellos. Les presentaría al polifacético, increíble e insuperable “Sirelula”.

“Vete pensando en un proyecto para proponerle” - le dijo Mr Li a mi hermana. “Ya sé que apenas tienes tiempo pero no te quejes, haz el favor, para eso te pago ¿no?”
Y continúo: “Será durante el postre. Así que tienes los dos primeros platos para fabular y dar con la propuesta.”

viernes, 23 de enero de 2009

La muerte, la muerta y la vecina

Ilustración Andrea Mirabito
Llevabas muerta cinco días y yo aún no se lo había dicho a nadie. Sentada a los pies de tu cama mataba el tiempo reprochándote: “¿Quién eras tú para suicidarte?, tu vida me pertenecía...”
Sonó el timbre y más tarde el susurro de las llaves en la puerta. Entró tu vecina y gritó aterrorizada. La sangre seca manchaba las sábanas. Enfadada apreté su corazón hasta callar su latido en mis dedos y se desplomó. Arrastre la guadaña fuera de la habitación. En la casa de al lado me esperaba un anciano. Un trabajo monótono ser la muerte, pensé.