martes, 21 de diciembre de 2010

Papel mojado


Ilustración de Jesús Cisneros


Con gran delicadeza construye con sus largos dedos de pianista el último barco de papel con alas rectas. La noche ha sido muy negra y ella como si se tratara de una margarita ha entretenido a la oscuridad deshojando una vieja revista. Con las páginas pares ha construido barcos y con las impares aviones. Al amanecer ha comenzado a llover. Una fina cortina húmeda ha impedido que su aviación y su marina partieran. Impotente, ha mirado el cielo y ha creído ver que algo se escondía entre las nubes. Ha sacado sus prismáticos de la funda y los ha puesto frente a sus ojos. Las nubes se han acercado entonces a la punta de su nariz y ha podido ver a un pequeño escalador de apenas dos centímetros y medio de alto y junto a éste una esfera amenazante, de seis centímetros de diámetro. Asustada se ha quitado los binoculares.


jueves, 16 de diciembre de 2010

He soñado con la valentía




Ilustración de Riki Blanco
www.rikiblanco.net


La cena termina y los cuatro comensales se despiden. Ellas se besan afectuosas y ellos se dan la mano. Él, el hombre llamado Azul se pone la gorra y adopta desde ese momento su aspecto británico. Ella, la mujer perdida, cae rodando dentro de si misma, como Alicia en el agujero del árbol pero no encuentra ni al conejo, ni a la reina roja, ni al sombrerero loco. Arrastra consigo la sensación de inestabilidad con la que ha estado jugando toda la velada.

A las 9 en punto, el suelo se ha convertido en un trozo de chicle que poco a poco se ha ido estirando hasta convertirse en una tensa cuerda, que recuerda a la de un funambulista, y que cada vez es más delgada.

Ha comenzado el viaje de vuelta a casa. Él camina rápido. Va dos pasos por delante de ella. Ella avanza pausada, le pesa el frío. Piensa en la frase de Emerson: “Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”. Y aterrorizada escucha como el asfalto cruje y se desquebraja bajo sus pies.

Al llegar a casa el silencio caldea la estancia. Tras la puerta, Yeats, se acerca a ella y le susurra al oído: “La muerte del brillo de unos ojos que una vez nos quitaron el aliento”. Y entonces la angustia se transforma en epifita. La planta aérea avanza por sus rodillas y no se detiene.

Comienza entonces una obra muda porque como decía Beckett, no se puede contar el silencio.

El la mira y comienza a inquietarse.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

La rectitud de las normas


A media tarde sube para comprobar que su discurso todavía tiene cierta coherencia. Lleva enrollada al cuello, a modo de bufanda de lana, su serpiente, a la que no da de comer desde hace tiempo. Abre con sigilo la puerta, mira furtivamente y cierra de nuevo. Su rostro parece satisfecho. La serpiente sisea por hambre. Ella la hace callar no quiere que nadie las descubra.



Ilustración de Tascha Parkinson

El sonido de sus pasos se aleja y se pierde. Una vez en casa desenrosca a la serpiente y la mete en la pecera redonda. Se quita la chaqueta oscura y se sienta en el sillón a esperar. Coge un libro para calmarse pero la inquietud y el temor no le permiten leer. Levanta el teléfono y lo llama. En el último año, él la ha acompañado a casa y ha montado con ella en bicicleta. Pero ni eso le ha hecho olvidar la rectitud de las normas. Las normas son las normas, se ha dicho miles de veces a si misma frente al espejo. Asegura que no es rabia, ni envidia. Tampoco el escozor de la soledad mordiéndole los talones, nada de eso. Es solo que el artículo dice y el artículo dice y el artículo dice... y según eso... en fin, no hay nada que discutir. Las normas son las normas.

Rumbo a



Pintura de Stanley Donwood

La ciudad se acerca poco a poco. Paso a paso camina sobre su propio tiempo. El barrio de Chelsea aún poblado por pescadores recibe a Tomás Moro, rodeado de aristócratas, su majestuosa casa se alza frente al Támesis. Tres siglos más tarde en la misma calle, Cheyne Row, Ian Fleming, primo de Christopher Lee, escribe su novela “Casino Royale”. El escritor inglés aficionado observador de aves decide poner el nombre de un famoso ornitólogo al protagonista de su novela, nace así un segundo “James Bond”.
En 1884, en Paddington, Oscar Wilde se casa con Constante Lloyd, hija de un consejero de la reina. Y es allí donde le alcanza el escándalo, su doble vida con Bosie, inspirador de sus obras, es descubierta y le lleva a prisión. En el 24 de Russell Square, en Bloomsbury, el poeta T. S. Eliot trabaja para los publicistas Faber&Faber. Allí una mujer enloquecida llamada Vivienne, primera esposa del poeta, lleva en las manos un cartel en el que puede leerse “Soy la mujer a la que él abandonó”. Y el viento levanta los versos de su poema “El emperador de los helados”: “Llamad al que hace los grandes cigarros, A ese musculoso y decidle que bata en tazones de cocina cremas concupiscentes. Que las muchachas se recreen con las ropas que acostumbran a usar Y que los chicos traigan flores en diarios del mes pasado. Que ser sea el final de parecer. El único emperador es el emperador de los helados. Tomad del aparador de pino al que faltan las tres perillas de vidrio, Esa sábana en la que ella una vez bordó palomas con cola de abanico. Y extendedla de modo que su cara quede cubierta. Si sus pies callosos sobresalen, Aparecen para mostrar cuán fría está, y callada, Que la lámpara ponga su rayo. El único emperador es el emperador de los helados.” En el barrio de Bloomsbury, en el 46 de Gordon Square Virginia Woolf deja atrás su segunda gran crisis nerviosa. Nace el famoso círculo intelectual de Bloomsbury. Escritores, pintores, economistas, filósofos…poetas. Y aquellas calles presencian la historia de amor de Virginia y Vita Sackville-West , jardinera y escritora, a la que Virginia dedica la más larga carta de amor jamás escrita en la historia de la literatura, “Orlando”. El corazón de la escritora al igual que Londres también sufrió dos pesadillas infernales, la tercera y segunda para la ciudad “el Blitz”, termina con ella. En marzo de 1941, tras la destrucción de su casa de Bloomsbury por los bombardeos, Virginia entra en una depresión. Decide ir a dormir a las aguas del río Ouse, que la reciben y la hospedan hasta el 18 de abril. Un largo mes en el que su cuerpo sin vida nada contracorriente. El fuego la convierte, más tarde, en las cenizas que abonan un árbol en Rodmell, Sussex. Tennyson, Dylan Thomas, Henry James, George Eliot, Wordsworth, Jane Austen, Las hermanas Brontë, Dickens (contra su voluntad), Kipling, Chaucer, Livingstone, Newton, Milton, Handel, Sir Laurence Olivier, todos ellos esperan en la Abadía de Westminster, en la “poets Corner”, el claustro de los poetas. Me siento en la modesta silla de la coronación (1296), donde la mayoría de los monarcas ingleses han recibido la corona y donde durante varios siglos los anónimos se han sentado también. Es entonces cuando la historia de la ciudad se cuenta a sí misma. Como en una ensoñación retrocedo a la primera gran pesadilla infernal que Londres sufrió. Corre 1665 una epidemia de peste bubónica aniquila a una inmensa cantidad de gente, erradicada la enfermedad nadie espera una tragedia mayor. La madrugada del 2 de septiembre de 1666 la panadería del rey en Pudding Lane, en la casa de Thomas Farynor, aparece tranquila. Me acerco a los hornos, aún desprenden calor, están encendidos, las puertas están abiertas, el panadero del rey Carlos II de Inglaterra ha olvidado cerrarlas. La familia Farynor duerme en los pisos de arriba, junto a los sirvientes. Una brasa salta a medianoche sobre la leña que hay cerca del horno, la lengua de fuego comienza a lamer la madera y no tarda en crecer, convertida en una imparable llama gigante. El humo despierta a los durmientes. Pronto la voz de alarma se convierte en un grito de angustia. Los Farynor, junto a sus sirvientes, saltan por la ventana a la casa contigua para salvar la vida. Solo una joven sirvienta aterrorizada se queda inmóvil. Tiene miedo y no es capaz de dar un paso. El fuego se acerca a ella y la abraza, convirtiéndola en la primera víctima que se cobrará el gran incendio. Los vecinos han salido a la calle e intentan sofocar el incendio sin éxito. Una hora más tarde llegan los guardias de la parroquia y los bomberos, la única opción para evitar que se propague es demoler los edificios colindantes. Pero los ocupantes de las casas se niegan y el alcalde de la ciudad no se decide a tomar la decisión. La tormenta ígnea acaba rápidamente con las casas y se dirigen a los almacenes de papel y los depósitos inflamables en la orilla del río. La sensatez grita, una y otra vez, pidiendo crear un cortafuego mediante la demolición. El pánico se hace dueño de las calles y empuja a los habitantes de un lado a otro. Los rumores de que tal vez las manos extranjeras han iniciado el fuego rompen la paz. Los disturbios crecen en las calles calentados por el fuego. El viento sopla durante cuatro largos días, con sus cuatro largas noches. Todo esfuerzo resulta inútil. Las llamas y el humo obligan a la población a arrojarse a las aguas del Támesis como única salida. Cuando la pesadilla acaba se ha llevado nueve vidas, solo una tercera parte de Londres está en pie, el resto son cenizas. Más de cien mil personas se han quedado sin hogar. El Támesis con sus trescientos cuarenta kilómetros de agua es testigo húmedo de las dos grandes tragedias: “el gran incendio” y el “Blitz” El 7 de septiembre de 1940 Los apagones y el estruendo de las sirenas son el preludio del segundo drama. Trescientos veinte bombarderos de Luftwaffe, navegan desde el aire el río más importante de Inglaterra. El Támesis se estremece. La guerra relámpago alemana se cierne sobre Londres. Durante cincuenta y siete noches consecutivas y seis meses de forma intermitente, caen más de 27.000 bombas. El corazón de Londres se convierte en un amasijo de hierros y cráteres. Cierro los ojos asustada.



Pintura de Stanley Donwood.

www.slowydocunward.com

viernes, 3 de septiembre de 2010

Septiembre




Fotografia de HIROSHI SUGIMOTO


Me dices que es absurdo el universo,
que la vida carece de sentido.

Pero no es un sentido lo que busco,
cualquier explicación o una promesa,
sino el estar aquí y a la deriva:

una simple botella
que en la playa
aguarda la marea.
Sí, la palabra justa es abandono:

una dulce renuncia que me nombra señor
y dueño al fin de mi camino.

Queden hoy para otros los afanes del mundo,
y que mi mundo sea
la magia de esta casa tomada en su quietud por la penumbra,
saber que nadie llegará a interrumpir mi tarde,
que no habrá sobresaltos,

ni voces,
ni horas fijas,

porque ahora es tan sólo transcurrir
mi gran tarea.

"Septiembre, 22"

Poema del libro "La luz de otra manera" VICENTE GALLEGO.


Vicente Gallego, poeta y narrador español nacido en Valencia en 1963.

Dejó los estudios de letras para emprender los trabajos como portero o bailarín de discoteca. Fue podador de pinos, repartidor de paquetes y pesador de residuos tóxicos urbanos en el vertedero de Dos Aguas. Todos estos trabajos tan solo han sido el camino de subsistencia que le ha permitido poder retirarse al campo y poder vivir el silencio, la soledad y la poesía.

En 1987 obtuvo el premio Rey Juan Carlos I, por “La luz de otra manera”

En 1990, Premio a la creación Joven de la Fundación Loewe por “Los ojos del extraño”.

En 2001, Premio Fundación Loewe por “Santa Deriva”

Es autor del libro “El sueño verdadero”, 2003.


“Un nítido recuerdo del placer que hallé en ti, se dibuja en el aire contrariado de mi vivo deseo todavía” VICENTE GALLEGO



miércoles, 7 de julio de 2010

Penúltimas voluntades


Pintura de Joel Mestre


Mi vecina suspira encerrada en una triste jaula que nadie ve. Una celda de pastillas. Es un calabozo de construcción barroca, desde el que cree que verá por última vez el cielo. O así se lo hace creer a mi vecino, que es muy joven y viene de muy lejos.
Para acceder a mí vecina hay que seguir un itinerario secreto que está dentro de un palacio pakistaní.
Una vez allí hay que perseguir las ondas de sus suspiros, que como escribía Bécquer, son aire y van al aire. Y después hay que coger el bajel que se haya anclado en la orilla. Y esperar a que suba la marea de sus lágrimas, que como las del verso, son agua y van al mar.
El poeta acabaría con ella, como acabó el verso:
"Dime vecina, cuando el amor se olvida. ¿Sabes, tú adónde va?"



viernes, 25 de junio de 2010

El viento




La señal. Ángel Mateo Charris (2003)


"Cuando recientemente me retiré a casa, estaba decidido a no inmiscuirme, dentro de lo posible, en asunto alguno, y a pasar en paz e intimidad el poco tiempo que me quedaba de vida. Me parecía que la mejor manera de satisfacer mi espíritu era dejarlo en completa ociosidad para explayarse y entretenerse con sus propios pensamientos. Y esperaba que con el paso del tiempo, habiéndose vuelto mi espíritu más maduro y estable, podría hacerlo con más facilidad. Pero ocurrió lo contrario. Como un caballo desbocado se dio cien veces más rienda suelta. En mí surgió toda una horda de quimeras y formas fantásticas, una tras otra, sin orden ni concierto. Y para contemplar con más frialdad su extravagancia y absurdidad, comencé a ponerlas por escrito, esperando que con el tiempo mi espíritu se avergonzaría de si mismo. Un alma que no se fija una meta, se pierde. Quien quiere estar en todas partes no está en ninguna. Ningún viento ayuda al hombre que no va a puerto alguno."

"Montaigne". Stefan Zweig


Stefan Zweig preparó todos los detalles para su muerte. El veneno, las cartas de despedida a sus amigos y el destino que debía correr su cuerpo una vez abandonado. Pero su adiós no fue una deprimente nota que plasmaba su angustia deseperada, esa que vivía en una Europa que se venía abajo, ni la sobredosis de Varonal que tomó junto a su esposa sino un ensayo. Trazo un retrato de Montaigne, el pensador renacentista que elogió la belleza de la muerte voluntaria. "La vida depende de la voluntad de los otros; la muerte de la nuestra"



Trivia. Ángel Mateo Charris (2003)

miércoles, 23 de junio de 2010

Una corona de sol




Imagen del Halo rodeando al sol desde Aserrí, Costa Rica. Foto tomada por Blanca Rivas



Abandono mi lenta lectura de Montaigne con la esperanza de que a pequeños tragos la semilla de su sabiduría germine en mi pensamiento, porque como el mismo decía “así como las plantas se ahogan por exceso de agua y las lámparas por exceso de aceite, lo mismo ocurre a la acción del espíritu por exceso de estudio y de materia”. Es cierto, sólo nos preocupamos por llenar nuestra memoria dejando así vacíos nuestro entendimiento y nuestra conciencia. Una enfermedad que acompaña a los hombres desde tiempos inmemorables como un mal endémico. Lo vio Montaigne en sus contemporáneos, lo compartió Stefan Zweig casi quinientos años después y lo constata hoy en día cualquiera que se fije mínimamente en nuestra tan informada sociedad, donde el bombardeo de noticias e historias llenan nuestra mente de conocimientos de imposible conexión.

Deambulo por esa caja de 45 metros cuadrados que encierra mis días y como si nada comienza el juego de las neuronas. Una primera corriente eléctrica o sinapsis alcanza a otra y construye un puente entre dos pensamientos. Una idea trae a otra y esa otra arrastra a una tercera que a su vez está estrechamente unida a la primera y se mezcla con ella para dar paso al nacimiento de una cuarta, en la que me detengo; Y así de un océano intransitable como son mis pensamientos emergen nuevas costas, nuevas tierras, aparece “La tempestad”.


También Shakespeare estudió los ensayos de Montaigne y dejó que las ideas del francés estiraran de las suyas, como el marinero tira de la red para sacar los peces. Poco a poco, construyó la arquitectura especular que conforma la estructura dramática de “La tempestad”. Ha sido muy comentado el hecho de que el nombre de uno de los principales personajes de la obra, Calibán, es el anagrama creado por el dramaturgo inglés a partir “De los caníbales”, título de uno de los capítulos de los “Ensayos” de Montaigne, en el que el pensador renacentista, habla de la oposición entre civilización y naturaleza desde una perspectiva utópica. Ese hombre natural, imprescindible para la constitución de la república ideal; El mundo al revés del filósofo, donde no habría comercio, ni letras, ni ocupaciones, ni vicios…donde el hombre se enfrentaría al vacío.


Me detengo sobre uno de mis pasos y la sombra de mi pie, en el colorido mapa que dibujan los ladrillos del suelo, me hace regresar a un párrafo inquietante que me sobrevino, hace unos días, en una lectura cuyo origen hoy no sabría precisar y que dice así:


“El cambio que nos destroza, decía Edgar, el hijo del Conde de Gloucester, en el Rey Lear, nos llega siempre cuando estamos instalados en lo mejor. Lo peor, en cambio, nos devuelve a la risa. Bienvenido, pues, aire insustancial que ahora abrazo. El miserable a quien has lanzado con tu soplo rumbo a lo peor, no debe nada a tus soplos.”


Confusa miró al cielo y allí descubro con asombro que el sol está rodeado por un arco iris circular que lo cerca. Algo similar al rastro que deja un avión en el cielo traza un círculo perfecto alrededor del astro y en esa nube algodonosa se dibuja un arco iris completo. La sensación de que un inmenso ojo irisado me observa desde lo alto es muy clara. Lo contemplo a pesar de que mi visión se hace ópaca por osar mirar al sol . Ícaro corrió peor suerte.

Más tarde Google me descubre que he sido testigo de “la corona de sol”, un fenómeno meteorológico que sólo se produce a muy baja presión atmosférica. Científicamente se llama “Halo solar” y se trata de la refracción de la luz a través de los cristales prismáticos del hielo o las gotas de agua existentes en las nubes (cirros muy altos) de la más elevada atmósfera y que se encuentran entre el observador y el sol.

Tengo entonces la certeza de que Shakespeare tenía razón cuando afirmaba que la vida está tejida de la misma materia que los sueños.



jueves, 17 de junio de 2010

Escribir



Fotografía de Ed Kashi

Una ficción se escribe desde atrás, me dijo. Mira a tu alrededor, mira al fondo de la habitación, allí junto a esas dos mujeres hay sentada una idea
y bajo la mesa, a sus pies como si fuera un gato adormecido una situación. Las mujeres están buscando una conclusión que resuelva su historia, necesitan encontrar un sentido a todo el tiempo que han estado compartiendo, una sentada al lado de la otra.

La música Paul Zinnard "You never get what you want"

martes, 20 de abril de 2010

Por una mirada



Cuadro del pintor danés Hammershoi

"Esa fue la primera frase que me dirigió, y aunque han pasado sesenta y ocho años desde esa noche, es como si todavía pudiese oír las palabras saliendo de la boca del maestro. - No eres mejor que un animal. Si te quedas donde estás, habrás muerto antes de que acabe el invierno. Si vienes conmigo, te enseñaré a volar. - No hay nadie que pueda volar, señor -dije-. Eso es lo que hacen los pájaros, y estoy seguro de que yo no soy un pájaro. - Tu no sabes nada -dijo el maestro Yehudi-. No sabes nada porque no eres nada. Si no te he enseñado a volar antes de que cumplas los trece años, puedes cortarme la cabeza con un hacha."

Mr. Vertigo, P. Auster



La ansiedad me tenía comida la imaginación. Deambulaba con los nervios a flor de piel, saltando de libro en libro, de “Los confines” a “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”. Y de ellos, al último tomo de “Tu rostro mañana”. Nada parecía conseguir interesarme. Leía a una velocidad vertiginosa y el poso de palabras que quedaba en la taza de mi cerebro no era más que un grupo de manchas inconexas e indescifrables que terminaban por borrarse de mí en minutos, dejando mí memoria limpia como la patena. Intenté respirar hondo y sentir como el oxigeno llegaba al fondo de mis calcetines y saltaba de dedo en dedo, en mis pies. La lavadora dio su último centrifugado y me levante del sillón con la sensación de que aquellas tareas cotidianas y pragmáticas eran lo único que me mantenía unida a la realidad aquella mañana. Fui a la cocina, saque la ropa mojada y la acomodé en la bolsa de plástico a rayas de colores que suelo utilizar para transportarla de la cocina a la terraza. El viento dificultó cuanto pudo la tarea. La humedad de la ropa congelaba la punta de mis dedos y las pinzas se caían al suelo constantemente. Mis manos parecían de trapo, un blandiblu infantil sin fuerza, sin músculo. Entré de nuevo a la casa y escuche el rugir de las corrientes. Pobres pájaros pensé. Pobres vencejos, que sería de ellos. El resto de especies se posa en los árboles y se resguarda de las tempestades. Pero ¿y los vencejos?, ¿y los aviones? .Ellos no descansan, no interrumpen su vuelo ni por el sueño. Parece mentira pero cuando uno se siente angustiado, lejos de buscar algo que reduzca la presión emocional sobre si mismo, siempre encuentra cualquier tontería que la acrecienta. Así que mi ansiedad se multiplicó esta vez pensando en las aves. Me metí en la ducha y me puse el mismo vestido que los dos días anteriores. Algo que en el fondo recaló en mí, me hizo sentirme sumida en el mismo atolladero que los días pasados. La misma ansiedad, la misma inmovilidad, la misma falta de creatividad y ahora el mismo envoltorio para todo aquello. Cogí el abrigo marrón de cuadros, hace tiempo ese abrigo me encantaba las rayas de colores que lo cruzan para formar los cuadros de colores me parecían un cuadro de Klee. Ahora me resultaba difícil no ver las bolitas que el tejido de lana había desarrollado. Cogí el abrigo y abroche los botones. Me arregle el cuello. Me dirigí a la cocina y fui anudando las bolsas de basura. La basura orgánica, el plástico, el papel y por último cogí la bolsa en la que había ido agrupando las piezas de cristal. Bajé las escaleras, absorta en pensamientos rápidos que atravesaban mi cuerpo y mi cabeza como si corrieran un rallye. Salí a la calle y el viento tomó mi pelo y lo hizo agitarse por encima de mi cabeza como si pretendiera modelarlo a su antojo. Caminé como pude hacia los contenedores. Primero me acerque al de la basura orgánica. Su tapa gris se abría y se cerraba sola como si fueran las fauces de un enorme monstruo que amenazaba con engullirme. Rápida lancé la bolsa a su interior, creyendo que el bocado calmaría su furia. Me dirigí a los pesados contenedores de plástico y papel. Las bolsas de plástico entraron con facilidad en los agujeros del contenedor de tapa amarilla, no fue igual de sencillo con el papel. El contenedor estaba lleno de cartones muy grandes que hacían difícil vaciar la bolsa en la que había ido recogiendo día tras día, los envoltorios de papel, los ticket de compra, las revistas pasadas, los periódicos fuera de tiempo, los guiones caducos. Me costó meterlos en el contenedor pero al fin lo hice. Di dos pasos para acercarme al contenedor de cristal, ese iglú verde que alberga botellas, botes…Al mirar al frente vi a un chico negro con el que cruce la mirada unos segundos, caminaba por la acera, Por alguna extraña razón varió su ruta y en vez de pasar frente a los contenedores de papel y plástico giró y siguió caminando. En ese instante ambos contenedores empujados por el viento se alzaron de la acera y cayeron de bruces contra el suelo. Yo a penas había sacado el primer tarro de cristal de la bolsa. El estruendo fue enorme. Busqué con la mirada al chico negro que hizo lo mismo conmigo. Nuestros ojos abiertos como platos parecieron comunicarse. Si no me hubiera mirado segundos antes tal vez hubiera caminado ensimismado en sus pensamientos y habría caído bajo las dos moles metálicas. Y si yo no hubiera cruzado la mirada con él habría terminado de vaciar la bolsa en el contenedor de cristal y me hubiera acercado para tirar la bolsa de plástico al contenedor de plástico y el pesado monstruo gris de pelo amarillo me habría chafado como si fuera una croqueta. Ahora puedo imaginarme allí abajo, saliéndose sólo mis pies. Imagino que el golpe habría sido tan fuerte que tal vez a los servicios de urgencia les habría resultado imposible separarme del contenedor, tan difícil como para un cartero separar un sello del sobre que le lleva. Incluso ante tan ardua tarea tal vez los míos, mi familia, se vieran en la tesitura de tener que enterrarme junto al contenedor. Y así mi existencia quedaría atada para siempre a un montón de desechos plásticos. Hasta pude oírme quejándome de mi mala suerte, no por haber sido planchada por un contenedor sino por haberlo sido por el de plástico y no por el de papel y estar en la eternidad, si esta existe, rodeada de frascos de poliuretano vacíos y sin nada que leer más que etiquetas comerciales con absurdas composiciones.


martes, 6 de abril de 2010

El pasado en un punto de jersey


Fotografía de Jeff Wall
Fotográfo canadiense nacido en 1946.

Convertida en un cangrejo que pasea por el folio dando unos cuantos pasos hacia delante y retrocediendo otros tantos para borrar sus huellas. Sustituyendo unas letras por otras. Lanzándome desde el precipicio que supone cada tecla del ordenador, sin ver a lo lejos una sola frase que me salve del abismo de la palabra hueca. Viajo como decía el escritor tomando el camino más misterioso, ese que siempre va hacia el interior. Repitiéndome ese poema de Idea Vilariño que dice “Fue un momento, un momento en el centro del mundo”.
Aún recuerdo aquel instante, un minuto de paz y diez de confusión. Aquel hombre escondido tras la barba, una selva de pelo desde la que observar sin ser visto. Sus ojos aferrados al periódico. Aún recuerdo la sensación que me produjo ver de cerca la textura de su rebeca, reconocer en ella un pasado lejano, atrapado por el punto de un jersey, tal y como quedara atrapado el tiempo de Proust en una magdalena.

jueves, 4 de marzo de 2010

Una despedida




Pintura de Egon Schiele "Dos muchachas yaciendo entrelazadas"

Un día despiertas y descubres que eres invisible, que siempre lo has sido. Y escuchas a Tiger Lou "You can't say no to me".


miércoles, 27 de enero de 2010

Los peces de Renard




En 1719, en Amsterdam, se editó por primera vez el libro “Poissons, Ecrevisses et crabes de diverses couleurs et figures extraordinaires qui l’ou trouvé autour des Isles Moluques et sur les Cotes des terres Australes”, el título traducido al castellano, sería algo así como “Peces, cangrejos de río y cangrejos de mar de diversos colores y formas extraordinarias que se encuentran en torno a las Islas Molucas y en las Costas de las tierras del sur…” su autor Louis Renard utilizó los dibujos originales que realizó Fallours Samuel (no todos los que aparecen en la obra son de dicho autor). El libro fue reeditado en 1754, es una obra muy rara de la que existen muy pocas copias.





Se ha especulado mucho sobre si estos animales existieron realmente. Theodore Pietsch, un experto en la materia, asegura que algunas de las criaturas sí son reales aunque otras no. Algunos de los animales fueron dibujados siguiendo las explicaciones de aquellos que los habían visto, saltándose así los criterios de rigor científico.





El libro contiene 460 grabados realizadas en 100 planchas de cobre. Renard tardó treinta años en dar por finalizado su trabajo. Contiene 415 peces, 41 crustáceos, 2 insectos palos, 1 dugongo y 1 sirena. Los grabados no van acompañados por ningún texto, excepto por curiosos comentarios al lado de cada animal. Se valoraba si eran o no comestibles y se añadía en caso de serlo una pequeña receta.

La leyenda que acompaña a la sirena es especialmente curiosa. Se dice que fue capturada en la Costa de Ambon. Medía 59 pulgadas de largo y narra como al levantarle las aletas descubrieron bajo ellas el rostro de una mujer. La sirena vivió durante 4 días y 7 horas en un tanque de agua y lloraba con un sonido similar al de un ratón. Se negó a comer a pesar de que se le ofrecieron peces…finalmente murió de inanición.

Louis Renard (1678 –1746) es un personaje en sí muy curioso. No era naturalista. Fue editor de libros durante unos 17 años pero también se dedicó a la venta de medicamentos, así como al espionaje. Fue espía de la Corona británica durante el reinado de la reina Ana, del rey George I y George II. A pesar de que se trataba de una actividad que en teoría debía ser un secreto, Renard curiosamente utilizó está actividad clandestina como reclamo para promocionar los libros que editaba. Se presentaba en ellos como “Louis Renard, agente de su majestad británica”.



Se pueden ver muchas más láminas en www.rarebookroom.org



miércoles, 20 de enero de 2010

Alicia sin país



Fotografía de Thurston Hopkins

Repensemos nuestra vida, llena de silencios, que lo mismo endulzan, que envenenan. Esa vida que pasea a inesperados saltos, en permanente trastorno, en sucesiva mudanza. Y no olvidemos que la vida se va pero tras ella queda su espejo. Y en ese espejo que la vida abandona, los recuerdos descubren su existencia.


viernes, 15 de enero de 2010

Un manojo de nervios



Fotografía de Sally Mann.

Se duchó deprisa, casi sin dejar que el agua humedeciese los poros de su piel y mientras lo hacía decidió que aquel día llevaría como música “glassworks”.

Frente al espejo, que sus amigos de la infancia le habían regalado el día de su boda, se vistió sin prestar demasiada atención a la máscara de algodón que le ocultaría el cuerpo, un vestido azul con pequeñas flores negras, que le otorgaba un aspecto desenfadado. Con cierta parsimonia seleccionó sus nervios, lo hizo de uno en uno, separando uno de otro, como quien elije las flores que quiere regalar, fijándose en la belleza de éstas, deleitándose en los colores y pensando en su significado. Y se acercó a su interior y uno a uno, fue cortando sus tallos. Con tres o cuatro tendría suficiente, pensó, una docena sería excesiva, desbordaría el ramo.

Después tomó algunas ramas de la esparraguera que con los años había brotado cerca de su estómago, con ella se ayudaría para dar volumen al conjunto. Distribuyó los nervios y la esparraguera de manera alternativa, procurando que los nervios no perdieran su protagonismo. Con goma elástica aseguró la parte inferior del ramo. Finalmente tomó unas cuantas cebollas e hizo papel con sus sensibles hojas, rodeó los nervios y fijó el ramo con un lazo transparente. Horas más tarde se lo entregó a su compañera que sentada frente a ella, delante de un café, no supo como encajar aquello.

martes, 12 de enero de 2010

El último


Fotograma de "The last Tycoon" Elia Kazan.


- Siéntese, señor Barksley
- No puedo continuar. Es una pérdida de tiempo.
- ¿Por qué?
- Me ha juntado usted con dos gacetilleros. No saben escribir y estropean todo lo que yo escribo.
- ¿Por qué no dialoga usted mismo sus ideas?
- Ya le mande algunas cosas.
- Eso no son diálogos son parrafadas.
- ¿parrafadas?
- Sí.
- Yo creo que ustedes no leen nada. Imagínese que dos hombres se están batiendo en duelo, en lo que es una escena dramática. Al final uno de ellos cae a un pozo. ¿Y sabe como es izado? ¡En un cubo!
- ¿Escribiría usted eso en un libro suyo?
- Por supuesto que no. Yo he heredado esa absurda situación.
- Permítame una pregunta ¿va usted al cine?
- Raramente.
- En él la gente siempre está peleando y cayéndose a los pozos.
- Sí, y diciendo estupideces.
- Escuche, ¿su oficina tiene una estufa de esas que se encienden con una cerilla?
- Pienso que sí.
- Supongamos que está en su oficina, después de un largo día de trabajo, ha discutido con todo el mundo. Está agotado. Este es usted. Entra una muchacha. Ella no le ve. Se quita los guantes. Abre su bolso y lo vacía sobre la mesa. Usted la observa. Este es usted. Tiene dos monedas de 10 centavos, una caja de cerillas y una moneda de 5 centavos. Deja la moneda de 5 centavos sobre la mesa. Pone las dos monedas de diez céntimos en el bolso. Coge los guantes…son negros. Los pone en la estufa y prende una cerilla. De repente suena el teléfono…la muchacha descuelga el auricular…escucha y dice: “Yo no he tenido un par de guantes negros en mi vida”. Vuelve junto a la estufa, prende otra cerilla. Entonces usted se da cuenta de que hay otro hombre dentro de la habitación, vigilando los movimientos de la chica…
- ¿Y qué pasa?
- No lo sé, yo sólo estaba haciendo una película.
- ¿Para que eran los cinco centavos?
- Janet, ¿Para qué eran los cinco centavos?
- Los cinco centavos eran para el cine.
- No entiendo en absoluto…
- Yo creo que sí. Si no, no hubiera preguntado por la moneda.

Secuencia de “El último magnate” (EEUU 1976), última película de Elia Kazan. Guión de Harold Pinter. Basada en la última e inacabada novela homónima de Scott Fitzgerald.
Diálogo entre Robert de Niro ("Monroe Stahr") y Donald Pleasence (Sr Barksley)

El eterno retorno

“Todo lo que hace el poder del mundo lo hace en círculo. El cielo es redondo y he oído que la tierra es redonda como una pelota y también son así las estrellas y el viento, que cuando está encima de su poder se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en círculo, el sol sale y se pone nuevamente en un círculo. La luna hace lo propio y ambos son redondos. Incluso las estaciones forman un gran círculo con sus cambios y siempre retornan al punto donde estuvieron. La vida del hombre es un círculo de la infancia a la infancia y así sucede con todo aquello en lo que se mueve el poder.”

(Anciano Dakota Reno Negro citado por Neihardt)





Fotografía “Spring in the park” de Bill Brandt

Y decidieron que un extranjero, aguerrido constructor de ficciones se hiciera cargo de nosotros y nos mostrara el camino.
Y pasaron los días y las semanas y nuestro amigo literato nos contó pequeñas historias inconsistentes, que más que cartografiarnos una ruta, nos desdibujaba el destino.
Las palabras aparecían suspendidas en el folio y se entrecruzaban sin formar frases coherentes. Los conflictos se cerraban antes de abrirse. Y los personajes aparecían con las manos atadas, sin rumbo claro a la vista.
Pero a pesar de todo, la fama de nuestro aventurero guía había cruzado mares y océanos y sus grandes logros se homenajeaban en tierras lejanas.

- ¡Por fin tenemos sólidos mapas! - decían unos.
- ¡La brújula marca con precisión las coordenadas! – apostillaban otros.


Y aseguraban las voces que las lágrimas resbalaban en sus rostros al deslizarse por aquellas letras. Eran incapaces de ver que la nada venía disfrazada. Y que como tantas otras veces las secuencias se repetirían.
Sólo algunos fuimos conscientes del naufragio que nos esperaba, pero nada podíamos hacer por evitarlo.

lunes, 4 de enero de 2010

La jaula




Ilustración de Rebecca Dautremer


"No puedo escribir mientras estoy ansiosa o espero soluciones, porque en esos momentos hago cualquier cosa para que las horas pasen, y escribir es prolongar el tiempo, es dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible."

De Clarice Lispector, Para no olvidar. Crónicas y otros textos.