jueves, 21 de mayo de 2009

Te dejé un mensaje en la nieve




Ilustración de Lost Fish

Ella siempre fue un as de la depresión. Invitada a velatorios conseguía sacar inmensas lágrimas sentidas hasta a aquellos que no conocían al muerto. No sólo era una hechicera de la tragedia sino que se enorgullecía de serlo.
A veces, mientras desayunaba en el bar de la esquina, con la taza del café ardiendo entre las manos, ejercía su poder y hacía llorar a todo el establecimiento. Los clientes se miraban perplejos entre si, y se secaban los lloros con las mangas de los abrigos; los había que hasta moqueaban y gemían como niños consentidos… Ella sonreía y daba pequeños sorbos satisfechos a su taza.

Había quien la llamaba ceniza y eran muchos los que despreciaban su pesimismo conseguido tras una ardua lista de tristes lecturas y películas lacrimógenas, pero a ella le divertía. Era una profesional de la pena.

Vivía en una finca de tres pisos, en el centro de la ciudad y poseía unos extraños y afilados dientes negros. Hay quién culpaba a sus incisivos de su taciturno carácter pero no eran más que suposiciones sin rigor científico.

Los anuncios por palabras de la prensa nacional e internacional la vendían como catalizadora de euforias. Es bien conocido que en determinados acontecimientos sociales en los que se agrupan intereses contrapuestos, el peligro de incidentes graves se multiplica por mil. Y era precisamente, en estos casos cuando nadie dudaba en invitarla, al precio que fuera.
Ella acudía puntual a la hora de la cita y conseguía de un modo natural y sin aspavientos que los invitados abandonaran el evento sumidos en un terrible sopor.

Es muy curioso comprobar cuanto unen las penas.

Ella desapareció un día soleado. El calendario mostraba el mes de octubre y el año lucía dos nueves como última cifra. Nadie, ni sus más asiduos clientes la echo en falta. Pero ese día como despedida los periódicos nacionales e internacionales incluyeron una noticia anónima, que según informaron fue enviada un día antes. Dentro del sobre que la contenía, acompañándola, había un frasco de cristal vacío, en el que podía leerse con letra clara: “lágrimas”. Y en la nota había un presagio. Ella les informaba de que dos semanas más tarde, a eso de las doce de la mañana, todos los habitantes vivos del mundo llorarían sin remedio y a la vez.
La prensa carente de noticias en aquellos días dio pábulo a aquella excentricidad llegada a sus redacciones. La información creció y creció y creo tanta expectación que los gobiernos de medio planeta se vieron forzados a dar una hora de descanso a los trabajadores para que estos pudieran esperar con tranquilidad el acontecimiento. Llegado el día y la hora prevista el planeta quedo inmóvil. Los especuladores vendieron banderitas mientras el mundo esperaba mirándose a los ojos. Lo cierto es que fue la hora más larga de la historia. A las doce menos un minuto, los pájaros, perros y gatos comenzaron a acusar un molesto picor en los globos oculares. Y a las doce en punto hombres, mujeres y niños, de todos los países habidos y por haber, lloraron desconsolados. El planeta hipaba en el universo. Marte, Saturno, Venus…reían ante los ridículos temblores de la tierra. El suceso duró apenas unos minutos pero aún hoy se recuerda.

1 comentario:

manufactur-e dijo...

me encanta tu historia de la hechicera de la tragedia!

saludos