viernes, 31 de octubre de 2008

tcuento brevemente



Ilustración Elena Odriozola



EL ABANDONO

Vete y no vuelvas, dijiste. Y yo salí al jardín, abrí la tierra y planté mi imaginación.

EL BLOQUEO

El niño gritó “de lo que se come se cría, de lo que se come se cría…” y el escritor, mudo, comenzó a engullir el diccionario.


UN AMOR MOLECULAR

"El amor no es otra cosa que encontrar un aliado para sobrevivir" - le dijo una bacteria a otra.


UN VAMPIRO LEYENDO EL PERIÓDICO EN UN BAR.

El vampiro pidió otra copa y siguió leyendo. El camarero mientras le servía respondió "La letra con sangre entra".

jueves, 30 de octubre de 2008

Claves y alteraciones


Ilustración Ceccoli

Las cinco rayas del pentagrama giraban en el tambor de la lavadora. Se encogían y se estiraban mientras Guido de Arezzo planchaba las corcheas. De abajo a arriba la melodía de los cuatro espacios ocultaba una semifusa deseosa de permanecer oculta. Las figuras salieron a dar un paseo por la mesa. En la rama de un árbol un petirrojo y un carbonero debatían si el silencio era una nota no ejecutada o un signo usado para medir la pausa.
Y yo, yo te esperaba en casa escribiendote notas.

Microdesamor


Ilustración Ian Pyper

El equilibrio es imposible entre nosotros pero entonces yo no lo sabía. Ahora un viaje estancado nos delata y al mismo tiempo oculta nuestros pasos.
Publicado en Página 2 "El título de una canción"

El séptimo día a las siete de la mañana



Ilustración de Iv Orlov



La serpiente me quedó más gorda de lo previsto.
En el folio no cabían ni Adán, ni Eva y mucho menos el paraíso. Pero que más podía hacer a la una de la madrugada y tras un largo día de trabajo. A la mañana siguiente al ver el dibujo, que mi hijo debía entregar en el colegio, mi mujer se echó las manos a la cabeza.
Papá, papá ¿Y la manzana?
Bueno, la historia no siempre es como nos la cuentan, conteste.
Sí, pero ¿y la manzana?, volvió a preguntar. Mire a mi hijo y angustiado susurre:
“No te lo vas a creer pero se lo ha comido todo.”

martes, 28 de octubre de 2008

Se rompieron las aguas


Fotografía de Harry Callahan


Se rompieron las aguas y la cabeza del niño apareció junto a la mujer. Ambos, mujer y niño permanecieron callados mientras se observaban. Pensaron que el tiempo no era más que un proceso no homogéneo constituido por momentos más o menos favorables. Un pensamiento chino que tal vez se había enredado a sus pies como las algas.
La humedad dibujó para ellos algunas olas. Ella observaba los ojos límpidos de él. Él la miraba con la impostura que sólo da la inocencia. Todo parecía estar relacionado y sin embargo, nada lo estaba. No existían las rupturas. Nada era absoluto. Nada era independiente.
Ella le había estado esperando aunque había dudado si de verdad deseaba que surgiera. Las mañanas se habían hecho densas. Y las noches terriblemente pesadas. Soñaba que antes de precipitarse al sueño ataba a aquel niño a ella. Y tranquila dejaba caer los párpados mientras sostenía con ambas manos su vientre. Se había cobijado en el silencio, en esa especie de vacío que tanto aterroriza a algunos y que para otros constituye el único sosiego.
Y ahora después de tanta espera había llegado. Se habían roto las aguas y la cabeza del niño había surgido de la nada.

martes, 21 de octubre de 2008

¿Debí comérmelo?


Ilustración de Leandro Lamas

Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que mi amiga Dolores me dijo que había alquilado un marido. Dolores era una mujer menuda de cabellos lacios, casi transparentes. Los niños del barrio solían burlarse de ella cuando era pequeña – ¡se le ve el cartón, se le ve el cartón…!- gritaban, sin ningún tipo de consideración, mirándole fijamente la cabeza.

Es cierto, que los primeros rayos del sol solían mostrar lo más íntimo de su cuero cabelludo pero ¿era esa razón suficiente para arrancarle las lágrimas? Sin lugar a dudas los había que consideraban que sí. La abuela de mi amiga, que era famosa por haber inspirado con su peinado la casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, solía decirle “tranquila Dolores siempre hay un roto para un descosido”.
Aquel día el teléfono había sonado y Dolores había dicho con rotundidad – “He alquilado un marido.” Yo había quedado estupefacta. Ella había continuado contándome que llevaba mucho tiempo valorando la posibilidad de hacerlo. Bien sabía que en un mundo como el actual una mujer de escaso pelo no tenía demasiadas posibilidades. Y dijo que aunque me costara creerlo le había supuesto muchas horas de reflexión deducirlo.

Gracias a un chat un comedor de llantas de coche, un yuppie al que su secretaria buscaba citas y un chef de lo más original habían compartido con ella mesa. Dolores siempre decía lo mismo – fracaso porque los dejo obnubilados con mis “Escherpeinados”. Y yo no lo ponía en duda. Cada mañana ayudada por un bote de laca y un peine mediano construía las arquitecturas más fantásticas que yo había visto. Y no era de extrañar porque se inspiraba en revistas de lo más vanguardistas para realizar sus complejos moños. Colocaba el número actual de "AD" sobre el lavabo, abría cada día una página y tras un arduo trabajo salía a la calle transformada.

Cualquier mujer puede adquirir un “marido por horas”- me había dicho contenta- Si te lo organizas bien hasta te puede salir económico. Pagas la primera hora completa y el resto por fracciones. ¿Qué te parece?” - me había preguntado.
Lo cierto es que yo quedé muda, atónita ante tal ocurrencia. ¿Alquilar maridos por horas? Que necedad. Yo hubiera vendido al mío, incluso se lo habría regalado. Sé que mi silencio abrió una extraña dimensión. Una puerta que desgraciadamente para mí me llevo a un lugar desconocido y desagradable.
Desde entonces no dejo de encontrar preguntas por todas partes. En las camisetas, dobladas en la ropa interior, sumergidas en los cereales, enganchadas entre los dientes haciéndose pasar por diminutos trozos de comida...

¿Eres de las que consideras que es mejor salir a cenar sola que mal acompañada?

¿Tienes quien te cambie las bombillas?

¿Quién te arregle la lavadora o la nevera?

¿Tienes a quién zarandear por las noches para ahuyentar tus pesadillas?

¿Tienes a quién culpar por el desorden de tu hogar, de tu vida, de…?

Ahora después de todo, Dolores me ha hecho comprender que le echo de menos, que le necesitaba. Me ha hecho replantearme si debería o no habérmelo comido aquel sábado. Al fin y al cabo sabía a pollo, nada original.

lunes, 13 de octubre de 2008

Ahora


“Tú no eres el mundo. Existe una infinita variedad de cosas y existes tú, mierdecita episódica cuya existencia y opiniones nos importan un bledo. No confundas la realidad con el imaginario.”

UNA DESOLACIÓN. Yasmina Reza


Ahora que ya no están los pájaros, que ya no están las hormigas, ni los lobos.

Ahora que se han ido los osos y las ballenas.

Ahora que el otoño parece primavera y el invierno verano.

Ahora que el silencio ha abatido al ruido.

Ahora que la espera duerme.

Ahora, podría ser ahora.
Ilustración Elena Odriozola

No fingiré que los muertos hablan


Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito. Mientras, yo guardaría el secreto. Mamá se enfadada conmigo cada mañana – “¿Otra vez? Qué manía”. Yo miraba por la rendija de la puerta al abuelo y le veía cojear nervioso, buscando el espejo en el armario, en la nevera…entre la fruta. Cuando lo encontraba y leía en él “Te quiero, Luís” apretaba el medallón de la abuela y me sonreía. Yo le devolvía el gesto y seguía escribiendo cien veces “no fingiré que los muertos hablan”. Por suerte, mamá nunca reconocía la letra de la abuela.
Ilustración Gustavo Aimar

martes, 7 de octubre de 2008

La Señora Ionona



Lo que voy a contarles sucedió un día cualquiera de un año cualquiera. No recuerdo el mes, ni el día de la semana. Pudo ser un miércoles o tal vez, un sábado. Aquel día el periódico relataba con todo lujo de detalles los asesinatos acontecidos en otoño de1888. Entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre, cinco prostitutas habían sido cruelmente descuartizadas en Whitechapel. Había pasado mucho tiempo desde que aquello sucediera y el periódico como es costumbre, elucubraba, confundía y llenaba líneas con conjeturas que no eran más que eso, conjeturas. Lo cierto era, que la identidad del asesino seguía siendo una incógnita. Pero a quien le importaba aquello. Los lectores buscábamos en la narración el color de la sangre, las gotas resbalando por las comas que como cuchillos cortaban las frases, las vísceras encerradas entre paréntesis. Que nos importaba a nosotros que el asesino fuera un loco misógino, un peluquero o una mujer.
Entré a aquel bar imaginando que me deslizaba por una espesa niebla y creyendo tropezar con un cuerpo mutilado, caí al suelo de bruces. Parece ser que por unos instantes perdí el conocimiento. La imaginación a veces suplanta a la realidad y es cruel. Cuando desperté de mi particular pesadilla, ella estaba junto a mí. Tenía mi cabeza apoyada en sus piernas y me aventaba con el periódico; Lo hacia con tal sutileza que aquella brisa inducida por sus manos, trajo a mí, el mar de mi infancia.
Desperté sin sobresaltos y ayudado por un amable caballero me incorporé. Mareado y por precaución decidí sentarme en una silla próxima. Me acerqué tambaleándome y dejé caer todo mi peso provocando un estrepitoso ruido sordo. La mujer me miraba fijamente, mientras yo sacudía mi traje de chaqueta azul marino. ¿Está usted bien?, dijo con voz etérea. Yo apenas podía responder, el golpe en la cabeza me había causado una terrible conmoción. No conseguía fijar la mirada. La imagen se troceaba en miles de piezas que formaban un colorido calidoscopio, que giraba a tal velocidad, que sé con seguridad, que de haber estado yo en plenas facultades me habría aterrorizado.
La mujer que debía tener unos setenta años se puso hablar. Lo que me contó entonces, nunca he sabido si lo imaginé víctima del aturdimiento o si lo inventó ella para entretenerse. De cualquier modo nunca lo he olvidado.

Ilustración Gabriel Pacheco

viernes, 3 de octubre de 2008

Microcrímenes


El asesino se vistió de negro para inculpar a su sombra.

El asesino no encontró ninguna excusa para no matarla.

Le preguntaron al asesino, que tres cosas se llevaría a una isla desierta. El homicida permaneció inmóvil, mirando al suelo. Pasado un tiempo contestó me llevaría... pero para entonces el inspector había muerto.

La bolsa cayó y asfixió a los economistas.

Tras reconstruir veinte veces el asesinato, el inspector dio con el móvil, pero tuvo que deshacerse de veinte cadáveres.

La mató de risa y se puso a llorar.

Ilustración Xavier Salomó

La lección de gastronomía


Aquel año, para mi sorpresa, recibí una carta de la RHL. Se trataba de una invitación que me citaba el 4 de octubre en la sede de su organización en Ámsterdam. Había sido seleccionado como el fotógrafo que inmortalizaría su homenaje pictórico anual. A continuación detallaban una serie de normas que por supuesto acepté. El escrito también explicaba que tras realizar la fotografía tendría lugar una cena inolvidable. Me sentí terriblemente afortunado.

Siempre había pensado que la RHL era una fábula. Una de esas leyendas urbanas que circulan entre los artistas y que nadie sabe si de verdad son ciertas. La única prueba de su existencia eran las fotos que puntualmente aparecían colgadas en su web. En ellas, sus miembros escenificaban cuadros de famosos pintores: "La cena imaginaria de los filósofos" de Jean Huber, "La cena de Emaús" de Caravaggio, "Comiendo en la barca" de Sorolla o "Comida sobre la hierba" de Manet...
Llegué puntual a la cita, no quería perderme nada. Allí me recibió un extraño hombre de complexión fuerte y de altura considerable que me acompañó a la que sería mi habitación y me informó que el personaje que yo representaría aquella velada sería "Aris Kindt", un nombre que no me dijo nada.

Los miembros de la RHL no tardaron en aparecer, entraron a la casa en silencio y recibieron, al igual que yo, un sobre en el que figuraba escrita su identidad ficticia, el título del cuadro que rememorarían y una maleta en cuyo interior encontrarían la ropa que debían vestir. Con absoluta discreción se dirigieron a sus habitaciones, donde sacaron de sus valijas sus atuendos blancos; y una vez preparados, esperaron a ser avisados para representar la famosa lección pública de anatomía, impartida en 1632 por el afamado doctor Nicolaes Tulp e inmortalizada por Rembrandt.

Convertidos pues en cirujanos, los ocho hombres comenzaron a matar el tiempo en sus habitaciones. El doctor Jacob de Witt leía sobre las estructuras del cuerpo humano, Adraen Slabran prefería observar láminas de naturalezas muertas, Koolvelt y Loenen miraban fijamente el teléfono sentados al borde de la cama. Kalkoen jugaba una tensa partida de ajedrez con su ordenador. Hartman escribía con una afilada prosa forense en su diario íntimo mientras descubría con terror que no tenía mucho apetito. Y Jacob Blok miraba ansioso por la ventana mientras se comía las uñas.

El reloj pronto dio las nueve y el timbre de mi teléfono sonó para anunciarme que sus eminencias me esperaban. Me puse ese horrendo uniforme blanco, una excentricidad intelectual de aquellos hombres, supuse. Bajé las escaleras con mi cámara preparada y entré al salón. Allí estaban todos de pie alrededor de la mesa. En el centro, presidiendo la escena había un hombre con puñetas.

- Bienvenido, Aris - dijo con un tono que a mí se me antojó un tanto irónico.

Coloqué la cámara en el trípode y busqué el encuadre perfecto. Y allí escondido tras el objetivo sentí pánico. Observé sus miradas ávidas y pude ver caer la saliva de la comisura de sus labios. Dicen que el miedo aviva la memoria y así fue que recordé que Aris Kindt fue el criminal, ahorcado por robo a mano armada, cuyo cuerpo entregado a la ciencia fue diseccionado por el doctor Tulp. Un extraño escalofrío recorrió en ese instante mi cuerpo, entró por los folículos capilares y no cesó hasta alcanzar la uña de mi dedo meñique.
Como pueden imaginar, la cena del crimen tuvo lugar sin mí.

Fotografía de J.M. Alcazar (Exposición Crimen 08)

Asesin-Arte

Fotografía Ana Yturralde (Exposición Crimen 08)

¿Nunca han hecho cosas sólo por el mero hecho de que no debían hacerlas? ¿No han matado nunca a nadie por aburrimiento? Lo que voy a contarles puede que les suene falso, puede que les provoque el impulso irrefrenable de desear mi muerte. Sé que pasaran por sus cabezas infinidad de torturas, acuchillarme, cien, doscientas, tal vez cuatrocientas veces, sacarme los ojos y dejarlos mirando al cielo, esperando que los devoren los jilgueros, ahorcarme y estirar tanto mi lengua que con el balanceo de mi cuerpo inerte, pueda lamer mi sangre en el suelo o tal vez prefieran sumergir mi cabeza en la taza de un nauseabundo baño, donde yacen podridos infinidad de peces muertos.
Pero saben, sé que no serán ustedes los que lleven acabo mi ejecución, ese deseo incontrolable de asesinarme. Y no lo harán porque pueden verles, porque sus imágenes quedarían malogradas en ese espejo ineludible que son los ojos del prójimo, porque son cobardes, porque no se atreven a mirarse a si mismos y admitir que son crueles, que la perversidad les despierta de madrugada. Si pudiera acabaría con todos ustedes ahora mismo. Pero antes quiero contarles…

…relató cosas horribles e inimaginables. Y los allí presentes comenzaron a aullar y adoptaron formas terroríficas. La embistieron con el coche tantas veces como pudieron. Oyéndola gritar, escuchando sus huesos crujir y comprobando que seguía viva. Nada les excitaba más que creerse la mano de la divina providencia y ver tan de cerca el miedo, el dolor y la humillación. Les fascinaba escuchar los gritos de desesperación de la mujer al ser atropellada.