martes, 15 de noviembre de 2011

¿No te gusta ser lo que eres?




Ilustración de Wolf Erlbruch

El búho no quería ser un búho.

Y el globo prefería ser una ballena.

El ciervo que hacia tiempo que no trabajaba, buscó un empleo en un bar pero no le gustaba. Allí nadie le tomaba en serio. En vez de pedirle una taza de chocolate caliente, los clientes colgaban en sus astas sus cabezas que iban pegadas a sus sombreros. Y al ciervo no les gustaba escuchar sus chismes.

La gente se transformaba en clientes en cuanto entraban al bar y tampoco les gustaba ser clientes porque cuando lo hacían se separaban de sus cabezas y no podían pensar.

Las manos en aquellas circunstancias se sentían inútiles. Sí, podían acariciar, coger cosas…pero lo tenían que hacer a palpas porque no veían nada.

A los zapatos tampoco les gustaba ser zapatos, porque a quién le gusta pasarse todo el día compitiendo para saber quién llegará primero y descubrir que siempre empatas.

Y un día se cansaron y cambiaron las cosas.

El búho se puso a escribir libros y se convirtió en un escritor afamado.

El globo aprendió a nadar y se fue en busca de las ballenas.

El ciervo dejó el trabajo y se hizo psicoanalista. Había aprendido mucho de las cabezas. Y para sacarse un extra diseñaba sombreros.


Los clientes acabaron con el capitalismo y volvieron al intercambio. Yo te doy y tú me das.


Las manos de tanto dar golpes para encontrar cosas aprendieron música y se dedicaron a dar conciertos.


Y los zapatos chocaron sus cordones y pactaron caminar juntos.
No es muy cómodo ir siempre saltando pero fue su decisión.


Suena Josh Ritter "Girl in the war"

Qué más da...que más da

"Carried silence" de Valentín Fischer

Son las seis de la madrugada y algo inquietante me despierta. No sabría explicarlo. Salgo de la cama. Anoche antes de quedarme dormida me quité los calcetines de lana y mis pies están helados. Doy unos cuantos pasos fríos y comienzo a buscar. No estoy nerviosa pero necesito encontrar algo que me devuelva al sueño. Un susurro llega a mis oídos. Ellos cantan para las malas lenguas.

“La radio ha dicho al fin que sucederá, que todo exceso vuelve como un boomerang.
Somos portada con un tremendo titular. Montan debates tensos en cualquier canal,
nos dan seis noches, siete, vamos, ¿quién da más, tú?, incluso han puesto la fecha de caducidad. Y aun así ... pienso quedarme hasta el fin, hasta que digas "no da para más".”

Recorro la casa entera. Está vacía. Como si sus habitantes hubieran sentido el miedo y hubieran escondido todo aquello que puede llevar hasta ellos. Han borrado las pistas de su existencia. Miro arriba y descubro la luna que, también presa del pánico, ha borrado sus cráteres y aparece como una enorme canica lisa y transparente. En ella no parece haber nada extraño y sin embargo, sé que se intenta mostrar con naturalidad. Aplica las normas de la lógica. Si esta noche no hubiera aparecido habría creado sospechas.

Regreso a la cama con la idea firme de que mi intuición ha vuelto a despertar pero esta vez resulta difícil creer en ella. La pereza y cierto sentimiento de apatía me alejan y me hacen cubrirme con el edredón.

Paso dos o tres horas en un duermevela lleno de imágenes confusas e imposibles de conectar entre si. Pasado ese tiempo vuelvo al suelo. Hace frío y la luz es espantosamente gris. ¿Cómo podría relatar un paisaje colorido en estas circunstancias?

Sí, me digo, tal vez tan sólo eres una fotógrafo más de la melancolía. Un leve susurro trae de nuevo la canción:

“Algunos dicen que ya han visto la señal, bolas de fuego extrañas, supernova fugaz, como las fiebres que con el viento amainarán. Las malas lenguas tiran de otras muchas más y presuponen siempre, es un juego fatal, aunque su infamia esconda parte de verdad.

Tomo mi café y muerdo la tostada. Pienso, que cruel muerte la de ser devorada y después digerida. Pongo mi cuerpo bajo la ducha y me visto con cuidado. Pensando y repensando cada prenda.


"Trinite" de Valentin Fischer


Desde la escalera escucho alejarse un silbido al que mi cabeza pone letra:

“Y aun así ...pienso quedarme hasta el fin, hasta que digas "no da para más". Pueden confundirnos y al final ganar, y te advertiré, nos influirán. Si el trayecto sigue y esta nave va, ¿qué más da, qué más da, qué más da?, ¿qué más da, qué más da, qué más da?”

Sonrío intentando borrar cualquier pensamiento comprometido. Pero mi leve sonrisa no tarda en quedarse helada. Es entonces cuando empiezo a tararear esa canción de Josh Ritter que lleva por título "Girl in the war".

Las cursivas forman parte de la letra “Las malas lenguas” del grupo Love Of Lesbian


Pintura de Valentin Fishcher

http://www.valentinfischer.com

jueves, 10 de noviembre de 2011

Ojos como nubes

Fotografía de Fernando Brito

Ella se quita el pijama y cuidadosamente lo dobla y lo deja sobre la cama. Las sábanas son blancas. Los sueños de la noche pasada las han arrugado, dejando en ellas algunas huellas. Se acerca al armario, una pared cubierta de espejos que le devuelven su imagen desnuda. Corre una de las puertas y coge su ropa interior. Antes de salir de la habitación vuelve su vista hacia él. Parece tranquilo. Sus ojos aún están cerrados y su respiración llena el ambiente con una melodía cotidiana.

Entorna la puerta del cuarto y camina hacia el baño. Desnuda, sin secretos que guardar deja las bragas y el sujetador sobre la tapa del retrete. Regresa al cuarto y mira por la rendija de la puerta. Él está despierto y mira pensativo su imagen en los espejos, ajeno a la mirada de ella. Ella permanece allí espiando el instante durante unos segundos y decide regresar al baño para darse una ducha. No, no volverá a pensar en esos círculos concéntricos que un día no hace mucho la llevaron a un laberinto sin salida. Tal vez, el agua en su cuerpo borre los pensamientos que acaba de descubrir. El agua hierve y es incapaz de dominar la temperatura. Se aleja de todo y deja que los cristales transparentes y limpios arrastren consigo esa sensación de que la irrealidad construye sus días. Muy pronto en apenas unas horas estará rodeada de desconocidos y podrá dejarse llevar por las palabras que estos dibujaran en el espacio para ella. Pero ahora debe sortear la angustia para no resbalar y caer de bruces.

Él no tarda en posar sus pies en el suelo. Juntos acuden a un bar cercano. El camarero molesto, quién sabe si porque esa mañana ha tenido un desencuentro con el mundo, les sirve un café. Mientras mira el oscuro líquido en la taza, recuerda una cita de Atahualpa Yupanqui “No necesito silencio, ya no tengo en quien pensar”. Pero el inquebrantable vacío se apodera de la cucharilla con la que en unos instantes tendrá que agitar el café. Imagina que en el interior del líquido, contra la corriente que ella creará con la cucharilla, nadará un pequeño pez que por los efectos de la cafeína girará cada vez más rápido. Tal vez sea un pez volador que salió un día de viaje y que ahora ante la falta de oxigeno necesita parar. Y no ha encontrado otro lugar en el que zambullirse, tan sólo esta improvisada pecera de loza blanca cuyo contenido altera sus nervios.

Ella toma un cigarro de la cajetilla y lo prende. Como puede consigue no desplomarse. Se deja llevar por el humo. Busca una verdad comprensible en el fondo de su bolso. Una verdad que le explique el porqué de esa frontera que parece alzarse entre ella y todo lo demás. ¡Las fronteras no existen!, escucha que gritan desde el fondo del bar.

Vuelve a meter la mano en el bolso y busca un gesto que regalar o que regalarse, y como no lo encuentra decide dibujar uno con los dedos. Pinta el retrato de una mujer distinta. De cabellos lacios y suaves, con cierto toque oriental. Una mujer voluptuosa, de boca grande y carnosa. De ojos verdes. Cuando termina el dibujo lo toma en sus manos, lo levanta y lo aleja para verlo con distancia. Y descubre que la mujer no tiene ojos, no le ha dibujado ojos, en su lugar ha pintado un par de hojas de roble, parecen nubes de color verde.

La ciudad arde entonces entre lamentos que prefiere ignorar para que esa pasión no la distraiga de lo que acontece.

Suena Max Richter "On the nature of daylight"


lunes, 7 de noviembre de 2011

El arte de


Ilustración de Ana Juan

«El arte de desarrollar los pequeños motivos para resolvernos a realizar las grandes acciones que nos son necesarias. El arte de no dejarnos nunca humillar por las reacciones ajenas, recordando que el valor de un sentimiento es un juicio nuestro, pues seremos nosotros quienes hemos de sentirlo, no quien interviene. El arte de mentirnos a nosotros mismos sabiendo que mentimos. El arte de mirar a la cara a la gente, comprendidos nosotros mismos, como si se tratase de personajes de una novela nuestra. El arte de recordar siempre que, no contando nosotros nada y no contando nada ninguno de los demás, nosotros contamos más que nadie, simplemente porque somos nosotros. (…) El arte de tocar fulmíneamente el fondo del dolor, para emerger de un salto. El arte de sustituir nosotros a cada uno, y saber después que cada uno se interesa por sí mismo. El arte de atribuir cualquier gesto nuestro a otro, para aclararnos al instante si es sensato. El arte de poder pasarse sin el arte. El arte de estar solo».

Cesare Pavese .
El oficio de vivir
(1952).