jueves, 19 de junio de 2008

El agua y la tierra


“Te regalo la inmortalidad pues hasta el fin de mis días pensaré en ti”.

SEC 1. INT-DÍA

El reloj marca las 6:30 de la mañana. Los primeros rayos de sol cruzan los cristales de una ventana semiabierta. El viento fresco mueve las hojas de un pensamiento cuyas flores brillan con la luz. Al fondo un colchón que apenas se alza del suelo. Enredados entre unas sabanas blancas dos cuerpos, uno de color azul y el otro de un marrón indefinible.

SEC 2. INT-DÍA

El reloj marca las 6:35 de la mañana. El ser de color marrón se ha incorporado. Sostiene su cabeza sobre el brazo derecho mientras observa al otro cuerpo, que se mueve levemente con el ritmo de la respiración. Un mechón naranja cruza su cara.

SEC 3. INT-COCINA

El reloj marca las 6:40 de la mañana. El cuerpo de color marrón prepara el desayuno. Recoge su pelo naranja con una goma granate y le da la vuelta a dos nubes que se irisan en la sartén. La cafetera avisa con un tintineo que ya está lista. En la mesa una taza y un plato junto a un cuchillo y un tenedor.

SEC 4. INT- DORMITORIO

El reloj marca las 6:45 de la mañana. Una bandada de pájaros agitan sus alas para despertar al ser azul, que abre los ojos y sonríe. Se sienta en el colchón y se despereza. Podemos ver que su cuerpo es transparente y que en su interior nadan peces de color cobre.

SEC 5 .INT – COCINA

El reloj marca las 6:50 de la mañana. Con un movimiento ondulante el ser azul entra en la cocina y se sienta a la mesa. Corta un trozo de su medio sol, que le espera recién hecho en el plato y lo huele antes de metérselo en la boca. Comprueba con el tenedor que las nubes, que hay junto al astro, están esponjosas. Los peces saltan en su estómago. Toma un trago de lluvia de su taza e inquieto mira a su alrededor buscando a su compañero.

SEC 6. INT- COCINA

El reloj marca las 6:55 de la mañana. El ser azul termina su desayuno. Recoge las migas de sol de la mesa y las mezcla con los pequeños trozos de nube que no ha comido. Sacude sus manos sobre la taza en la que aún queda un poco de lluvia. Despistado da un golpe al tazón, que se vuelca y cae al suelo. Entonces, se da cuenta de que no está solo. Allí a sus pies está su amante marrón que cubre el suelo de la cocina, como una alfombra.

SEC 7. INT- COCINA

El reloj marca las 7:00 de la mañana. El ser azul se tumba en el suelo y abraza al ser marrón. Poco a poco, la temperatura asciende. Ambos seres, el agua y la tierra, giran sobre si mismos dando lugar al nacimiento de una esfera perfecta que los funde en un solo ser: el planeta.

Felicidades


Ilustración Maxi luchini

lunes, 16 de junio de 2008

Resiliencia


La tristeza, a veces, nos sobreviene por sorpresa, empujada por la trivialidad de una discusión intelectualmente absurda. Un alarde de temperamentos que llega de la lejanía y que vemos acercarse con cada palabra, con cada frase y que se transforma en párrafos crueles derivando así en esa odiosa sensación de inevitable diferencia.

Las mimosas han dejado caer sus flores, construyendo para mí una alfombra amarilla que me conduce a una mesa de ajedrez blanca y verde, protegida del sol por un olivo. Siento en ella mi melancolía.

Me abate el dolor de la lucidez. No sé quien lo dijo, ni siquiera si lo dijo alguien: "la felicidad no existe pero si lo hace está reservada a la ignorancia".

Los hombres duermen cansados tras la ardua labor de construir ciudades que les pertenezcan, calles por las que pasear su poder. Henchidos sus pechos de éxito miran a las mujeres que creen poder conquistarles. Ellas se quedan de piedra, convertidas en estatuas de dudosa belleza al descubrir que las diferencias, lejos de unirles y enriquecerles les separan. Aparece entonces unas frase de Cortázar que dota al mundo de esperanza: "nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo". Llega entonces un desconcertante silencio cargado de soledad que me levanta y hace volver a caminar.
Pintura de Gustav Klimt

miércoles, 11 de junio de 2008

Después del onironauta


Fotografía de Bae Bien-U

El onironauta


“Que cada uno haga su trabajo, pues, como sepa o como pueda, porque más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá”. Camus


El bar estaba completamente vacío. Parecía que incluso el aire intimado por tanta soledad había salido corriendo. Miré con detenimiento la puerta y entré. La camarera me miró sorprendida, pude leer en su rostro un gesto de contrariedad. Escuché como chisteaba. Aún puedo oír aquel sonido y, a la vez, sentir un profundo pinchazo en la espalda. Me senté en la mesa más alejada de la barra. Era redonda y en la pared coronándola había una fotografía de Bae Bien-U, una de su serie de “Pine trees”. Durante un buen rato la mujer me escrutó desde su trinchera de madera de roble. Tras ella había un arsenal de botellas vacías. Sus ojos negros se clavaron en mi entrecejo, justo en el centro de mis obsesiones. Aguanté aquella cruel mirada unos segundos y después me dejé perder en las baldosas del suelo. Los dibujos geométricos, a mis pies, me distrajeron tanto que di un tremendo salto cuando con su gélida voz, entró en mis oídos, como el bisturí de un cirujano lo hace en un cuerpo enfermo, con precisión. Escindió mi tímpano en dos, que se abrió como las aguas hicieron con Moisés, para dar paso a sus palabras. Pedí un té. Ella se mantuvo firme, despreciándome. Y yo volví a esconderme, esta vez en el bosque coreano, imaginando las colinas de los suburbios de la vieja ciudad de Gyeongiu. En ese instante, hubiera deseado no ser tan cobarde, haberme puesto en pie y haber salido de allí sin más. No lo hice y ahora me alegro. Eso demuestra que la cobardía, a veces, es necesaria.
Pocos minutos después, escuche que la camarera volvía a chistear. Que fea costumbre, pensé, deberían silenciar a algunas personas como se silencian las pistolas. Imagine su saliva convertida en pequeñas balas de plata y la detesté. Seguí perdida en el bosque que se alzaba sobre mi cabeza, agazapada tras un tronco. Una voz sutil y delicada pidió permiso para sentarse. Al mirarle me encontré con unos ojos profundamente azules, tan profundos como la zona abisal del océano. Era alto y flaco, cual escultura de Giacometti y se deslizaba como los fantasmas, etéreo y liviano. Me miro como nunca nadie lo había hecho y se sentó, lentamente, trayendo con él una burbuja de aire que nos aisló de aquella crueldad inefable. Creí estar viviendo un sueño lúcido y pensé : el tiempo es un círculo eterno.
Fotografía de Bae Bien-U

martes, 10 de junio de 2008

La cena del crimen



Aquella mañana el futuro era gris raro. Recibí la invitación y me quedé, sencillamente, noqueado. La nota decía que podía formar parte de aquel club y me daba cita. Descuartice mis pensamientos buscando en ellos alguna razón que justificara mi deseo de acudir pero fue inútil. Los prestidigitadores del delito, como les gustaba apodarse, habían vuelto a quedar y yo podía ser uno de ellos. La cita en esta ocasión sería en un céntrico local en el barrio viejo.
Eran un grupo de seis personas que, una vez al mes, se veían en un conocido restaurante de la ciudad. Cada vez, en uno distinto. No elegían los lugares arbitrariamente sino que, poco a poco, dibujaban con ellos un mapa preciso, una ruta que configuraba un dibujo. Hacia años que habían comenzado aquel juego. Entre su cartografía contaban ya con la imagen de una salamandra, una mosca y una huella dactilar.
Eran adictos al simulacro, al disimulo y al engaño pero sobre todo a la muerte. Ocultos tras sofisticadas identidades llegarían como cada mes, a la cena del crimen.
Dijo Karen Blixen que “el presente siempre es incierto porque nadie ha tenido tiempo de observarlo con tranquilidad”. Y a eso jugaban los prestidigitadores del delito, a observar cada segundo de aquel presente, su único presente, aquella cena.

Asesinar a uno de los comensales le convertía a uno en el rey de aquel submundo pero como todo, aquella corona era efímera y nadie sabía que cabeza la lucía. Matar recompensaba la vanidad y el ego del prestidigitador en su más recóndita intimidad y le reafirmaba en su sensación de imbatible. El desconocimiento del asesino convertía su crimen en verdadero arte. Eliminaba la adulación, la falsedad y desentrañaba lo que de banal podía haber en aquel acto.
Salvar la vida, le dotaba a uno de una embriagadora felicidad que duraba poco, un instante. La duda y la incertidumbre pronto hacían mella en aquellos artistas del asesinato que pasaban de la felicidad al desespero, entrando en la costosa tarea de vivir un mes más esperando los aconteceres de su destino, esperando la llegada de la siguiente cena.
Los seis miembros se daban cita en el restaurante, donde previamente se había solicitado un reservado. Allí, fríos y calculadores, se observaban intentando averiguar el plan de sus contrincantes. Intentando salvar sus vidas. Como en una ruleta rusa uno de ellos no saldría de aquel lugar. El juego consistía en conseguir ser el primero en dar muerte a uno de los comensales y no ser descubierto. Era un plan perfecto, pues en el caso de ser interrogados todos ellos desconocerían quién había ejecutado el crimen. Era difícil calificar aquellas muertes como asesinatos pues los participantes se prestaban de un modo voluntario. Era una especie de sacrificio en pos de la aventura, de la adrenalina, del temor a ser la víctima. Era un suicidio esperado e incierto que podía llegar cualquier mes, como consecuencia de un despiste, un mal movimiento…una pésima estrategia o sin más, fruto de cualquier banalidad que hubiera mermado sus capacidades; Una estúpida discusión de pareja, una pesadilla en mitad de la noche o tal vez un resfriado llegado por sorpresa podía ser definitivo…
Compartían la idea de que promover la sociedad de la felicidad absoluta era fabricar una cultura del miedo. Y porque pretendían ser felices, reivindicaban la melancolía y el pánico y construían una agrupación pactada que les permitía tener su minuto de gloria una vez al mes.
Los límpidos eran los únicos conocedores de la identidad de los prestidigitadores.
Se encargaban de trazar el mapa de restaurantes que cartografiaría el dibujo a representar. Así como de deshacerse del cadáver y transcribir el método utilizado para acabar con él. Más tarde, se lo harían llegar al resto de miembros. Durante las cenas grabarían todo lo que sucediera en el reservado. Y así serían los únicos en saber quién lo había cometido y cómo.
Los límpidos eran autómatas y habían sido construidos por un hombre que minutos después de haber acabado su creación, se había suicidado. Nadie había visto jamás a aquellos robots con aspecto humano, ni sabía nada acerca de ellos, más que qué existían.