lunes, 16 de febrero de 2009

La historia y su memoria


Ilustración de Enki Bilal

"No sabemos nada y eso es lo fascinante." Wislawa Szymborska

No creo que nadie tenga derecho a opinar sobre los demás, sobre su vida, sobre sus actitudes frente a esta, sobre nada en general. A veces pienso que no podemos opinar ni de nosotros mismos. Pero ella, mi amiga, no era así. Ella creía que la opinión forjaba la historia. Que había que participar de una forma activa en esa película que otros escriben interpretando lo que sucede, sucedió y sucederá. Y que más tarde llega a nuestros hijos, sobrinos, hijos de vecinos, sobrinos de vecinos… en forma de manual escolar, cuyo contenido repasamos con ellos antes de que se vayan a la cama y que les explicamos pacientemente como antaño les contábamos cuentos. Después apagamos la luz de la lamparilla de noche y salimos a tientas, rumbo a nuestra versión de la historia para adultos, una versión más sesuda, llena de críticas y pensamientos que lejos de llevarnos a la reflexión nos adoctrina. Un libro de tapas duras que por su aspecto solemne parece esconder la verdad, la única verdad.

Eso le había escrito yo en un e-mail a primera hora de la mañana, aún a sabiendas de que caería en saco roto. Ella era una extraña mezcla, un amasijo de contradicciones. Bajo su larga melena, camuflada entre las raíces de su pelo, escondía la rabia, la desilusión y de alguna manera el fracaso. Mirándola descubría que ni ella misma lo sabía. Había trabajado tanto justificándose que ahora era difícil explicarle que todo lo que contaba no era cierto. Que había modificado los hechos a su antojo y que lo había hecho de un modo inconsciente.
Cómo explicarle que la memoria no es fidedigna con los hechos y con ello poner en tela de juicio todo lo que cree poseer, su pasado. Cómo hacerle aceptar que la misma historia vivida y contada por dos personas diferentes es radicalmente distinta. Que cuando hablas con tus hermanos, tíos, abuelos, durante una merienda de domingo, sobre lo que pasó el verano de 1995, hay tantas versiones como personas sentadas a la mesa. El abuelo que cuenta un detalle que tú has olvidado por completo. El tío que duda de lo que tú cuentas. Tú que intentas aunar datos y consigues un puzzle incomprensible que olvidaras en un par de tardes más.
Y cómo seguir viviendo sabiendo que la solidez de las cosas es relativa, originariamente relativa desde que se teorizara en 1905.

Algunas noches mientras cuento estrellas esperando el sueño pienso en Kepler, en el niño que con cinco años observó un cometa y con nueve un eclipse de luna. Hijo de un mercenario y de una curandera que regentaba una casa de huéspedes y que fue acusada de brujería. Y reflexiono sobre la estrella de Belén, la supernova que tuvo lugar el año 5 a C, cuya luz fue observada por los astrónomos chinos contemporáneos, y que vino precedida en los años anteriores por varias conjunciones planetarias en la constelación de Piscis. Esa supernova que estalló millones de años atrás y cuya luz no llegó a la tierra hasta ese año.
Pienso en mi amiga, en mí, víctimas ambas de una explosión de hechos acontecidos en el pasado y de los que vemos la luz ahora, muchos años más tarde.

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