viernes, 15 de febrero de 2008

El falso doble



Al llegar a mi casa, precisamente en el momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado, decidí seguirme. Andaba con un paso tranquilo y seguro. Parecía que tenía muy claro a donde me dirigía. Mis zapatos brillaban y mi traje no tenía ni una arruga. Llevaba en las manos un ramo de flores y un libro. Me detuve en un semáforo y miré hacia atrás, como si sospechara que alguien me estaba siguiendo. No parecí darme cuenta de nada porque seguí caminando.
¿Dónde iba? - me pregunté a mi mismo. Era la hora del té y a mí me gusta tomarlo sólo y en la biblioteca de casa. Matilda, como es costumbre, prepara mi té con jengibre y lo acompaña de unas exquisitas pastas que ella misma cocina.
Pero hoy, no sé porque extraña razón había decidido romper mi rutina y salir de casa. Yo soy un hombre de costumbres. Odio las improvisaciones. Todo el mundo lo sabe. Por eso no salía de mi asombro mientras me observaba pasear, hacia... quién sabe.
Había salido a la calle con el traje que mamá me regalo para la boda de la prima Angélica. Eso me hizo suponer que me dirigía hacia un lugar elegante y sofisticado. Pero no soy hombre de sociedad, sino más bien todo lo contrario. Mis amigos dicen que soy huraño, parco en palabras y que resulto en exceso rígido y serio. En una palabra: aburrido.
De repente, alguien tocó suavemente mi hombro.

- Hola Javier- temblé de miedo.
- Hola Emma, veras tengo una cita y llego un poco tarde- dije nervioso, intentando salir del aprieto - ya te explico en otro rato.

Mentí no tenía otra opción. No podía despistarme ni un minuto por qué podría perderme la pista. Y tampoco podía explicarle la verdad. ¿Cómo decirle que me estaba persiguiendo a mi mismo? Me tomaría por un loco.
Me miró con cara extrañada y dijo:

- Está bien, no te entretengo.

Me observé de lejos. Cruzaba un parque y podía ver mi imagen intermitente entre lo árboles. Ahora yo, ahora un árbol. Ahora yo, ahora un árbol. Corrí para alcanzarme. No estoy acostumbrado al ejercicio físico, así que tuve que parar porque me faltaba la respiración. Tales eran mis resuellos que, él, yo, se giró a ver de donde provenían esos enormes resoplidos.
Por suerte, soy rápido y pude esconderme de mi mismo, tras un seto. Y así evite verme.
Permanecí inmóvil y me vi alejarme.
No debía arriesgarme tanto, me dije. Era mejor guardar una distancia, prudente, de seguridad.
De pronto, me detuve. Él, o sea yo, estaba frente a una cafetería. Miró a ambos lados y decidió sentarse en una de las muchas mesas libres que había en la terraza.
El camarero se acercó y le dijo algo. Y después se marchó. Yo continué detrás del seto, observándome.
Pasó el tiempo y empecé a inquietarme. ¿A quién esperaba? ¿Tenía una cita secreta?
No tardé en averiguarlo. Caminando, pausadamente, llegó ella. Con su porte esbelto y su preciosa cabellera pelirroja. Siempre he admirado sus cristalinos ojos azules, aunque nunca le he dicho nada. Me levanté para recibirla. Y le entregué las flores y el libro. Ella sonrió amablemente. Se sentó a la mesa. Y oesde la distancia me enfadé. Mírame, me dije. Que ruin. Quién lo iba a decir. ¿Porqué él estaba sentado con ella y no yo?, me pregunté. Me acerque un poco para poder escuchar la conversación. Les oí en un tono muy lejano y débil.

- Muchas gracias Javier. Son preciosas. Por eso has reaccionado así antes, ibas a comprar las flores ¿verdad?
- ¿Antes? No, Emma. Yo no te he visto antes.
- Me tomas el pelo, ¿no?
- Emma, no se de lo que me hablas pero hace tiempo que quiero contarte algo.
- Me estas asustando Javier.
- Hay un hombre idéntico a mí, un impostor. Se ha vuelto loco. Pretende suplantarme.
- ¿Estás bromeando, verdad?
- No, me persigue. Está loco, es cierto. Te lo juro.

No pude escuchar más. Le odiaba, me odiaba. Él si que estaba loco. ¿Cómo podía estar diciéndole eso a la mujer de mi vida? Me enfadé tanto que volví a casa lo más rápido que pude. Me intentaba robar al amor de mi vida. Delante de mis narices. Sin ninguna consideración. Y encima me llamaba loco impostor. ¿Qué sabría él de la cordura y de los impostores? Busqué las llaves en el bolsillo de mi pantalón y no las encontré. Seguro que me las ha robado él. Cambiaré la cerradura mañana. Llamé a la puerta y me abrió Matilda.

- Hola señor. El té ya está en la biblioteca – dijo pacientemente.

- Perdone Señor, ha llamado la señorita Emma. Dice que había quedado con usted en una cafetería para tomar el té y que usted, no ha aparecido. Dice que le ha visto por la calle y parecía usted un poco extraño. ¿Quería saber si le había ocurrido algo?

Yo la miré fijamente. ¿Estaría ella de su parte? ¿Intentaban acabar conmigo?

Ella continuó - Le he explicado que eso era muy raro. Que usted no me había dicho nada de esa cita y que el señor nunca sale a tomar el té fuera de casa. Ella se ha ofendido, me ha dicho que si yo la estaba llamando mentirosa, no era mi intención señor, y me ha colgado.
La mire en silencio y le dije: tranquila Matilda.
Me gire y me dirigí hacia la biblioteca. Mi té se estaba enfriando y odio el té frío.

- Perdone señor, una cosa más. Esta mañana ha olvidado tomar sus pastillas – dijo Matilda.

Una rabia incontenible se apoderó de mí. Era una conspiración no cabía la menor duda. Querían drogarme. Matilda estaba de su parte.

- Las pastillas déselas a él cuando entre por la puerta, le contesté indignado.

Ella bajo la mirada, asustada.
Edwar Hopper

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