martes, 28 de octubre de 2008

Se rompieron las aguas


Fotografía de Harry Callahan


Se rompieron las aguas y la cabeza del niño apareció junto a la mujer. Ambos, mujer y niño permanecieron callados mientras se observaban. Pensaron que el tiempo no era más que un proceso no homogéneo constituido por momentos más o menos favorables. Un pensamiento chino que tal vez se había enredado a sus pies como las algas.
La humedad dibujó para ellos algunas olas. Ella observaba los ojos límpidos de él. Él la miraba con la impostura que sólo da la inocencia. Todo parecía estar relacionado y sin embargo, nada lo estaba. No existían las rupturas. Nada era absoluto. Nada era independiente.
Ella le había estado esperando aunque había dudado si de verdad deseaba que surgiera. Las mañanas se habían hecho densas. Y las noches terriblemente pesadas. Soñaba que antes de precipitarse al sueño ataba a aquel niño a ella. Y tranquila dejaba caer los párpados mientras sostenía con ambas manos su vientre. Se había cobijado en el silencio, en esa especie de vacío que tanto aterroriza a algunos y que para otros constituye el único sosiego.
Y ahora después de tanta espera había llegado. Se habían roto las aguas y la cabeza del niño había surgido de la nada.

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