lunes, 13 de octubre de 2008

No fingiré que los muertos hablan


Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito. Mientras, yo guardaría el secreto. Mamá se enfadada conmigo cada mañana – “¿Otra vez? Qué manía”. Yo miraba por la rendija de la puerta al abuelo y le veía cojear nervioso, buscando el espejo en el armario, en la nevera…entre la fruta. Cuando lo encontraba y leía en él “Te quiero, Luís” apretaba el medallón de la abuela y me sonreía. Yo le devolvía el gesto y seguía escribiendo cien veces “no fingiré que los muertos hablan”. Por suerte, mamá nunca reconocía la letra de la abuela.
Ilustración Gustavo Aimar

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