martes, 21 de octubre de 2008

¿Debí comérmelo?


Ilustración de Leandro Lamas

Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que mi amiga Dolores me dijo que había alquilado un marido. Dolores era una mujer menuda de cabellos lacios, casi transparentes. Los niños del barrio solían burlarse de ella cuando era pequeña – ¡se le ve el cartón, se le ve el cartón…!- gritaban, sin ningún tipo de consideración, mirándole fijamente la cabeza.

Es cierto, que los primeros rayos del sol solían mostrar lo más íntimo de su cuero cabelludo pero ¿era esa razón suficiente para arrancarle las lágrimas? Sin lugar a dudas los había que consideraban que sí. La abuela de mi amiga, que era famosa por haber inspirado con su peinado la casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, solía decirle “tranquila Dolores siempre hay un roto para un descosido”.
Aquel día el teléfono había sonado y Dolores había dicho con rotundidad – “He alquilado un marido.” Yo había quedado estupefacta. Ella había continuado contándome que llevaba mucho tiempo valorando la posibilidad de hacerlo. Bien sabía que en un mundo como el actual una mujer de escaso pelo no tenía demasiadas posibilidades. Y dijo que aunque me costara creerlo le había supuesto muchas horas de reflexión deducirlo.

Gracias a un chat un comedor de llantas de coche, un yuppie al que su secretaria buscaba citas y un chef de lo más original habían compartido con ella mesa. Dolores siempre decía lo mismo – fracaso porque los dejo obnubilados con mis “Escherpeinados”. Y yo no lo ponía en duda. Cada mañana ayudada por un bote de laca y un peine mediano construía las arquitecturas más fantásticas que yo había visto. Y no era de extrañar porque se inspiraba en revistas de lo más vanguardistas para realizar sus complejos moños. Colocaba el número actual de "AD" sobre el lavabo, abría cada día una página y tras un arduo trabajo salía a la calle transformada.

Cualquier mujer puede adquirir un “marido por horas”- me había dicho contenta- Si te lo organizas bien hasta te puede salir económico. Pagas la primera hora completa y el resto por fracciones. ¿Qué te parece?” - me había preguntado.
Lo cierto es que yo quedé muda, atónita ante tal ocurrencia. ¿Alquilar maridos por horas? Que necedad. Yo hubiera vendido al mío, incluso se lo habría regalado. Sé que mi silencio abrió una extraña dimensión. Una puerta que desgraciadamente para mí me llevo a un lugar desconocido y desagradable.
Desde entonces no dejo de encontrar preguntas por todas partes. En las camisetas, dobladas en la ropa interior, sumergidas en los cereales, enganchadas entre los dientes haciéndose pasar por diminutos trozos de comida...

¿Eres de las que consideras que es mejor salir a cenar sola que mal acompañada?

¿Tienes quien te cambie las bombillas?

¿Quién te arregle la lavadora o la nevera?

¿Tienes a quién zarandear por las noches para ahuyentar tus pesadillas?

¿Tienes a quién culpar por el desorden de tu hogar, de tu vida, de…?

Ahora después de todo, Dolores me ha hecho comprender que le echo de menos, que le necesitaba. Me ha hecho replantearme si debería o no habérmelo comido aquel sábado. Al fin y al cabo sabía a pollo, nada original.

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