miércoles, 22 de febrero de 2012

El extraño caso del tejado robado I

Ilustración de Claudia Legnazzi


Parece que no hay nada fuera de lo corriente. El sol sale como cada mañana y atenúa el frío de la noche. La sombra del pequeño tren de juguete se refleja en el techo de la habitación mientras un oleaje de cabellos se enreda en el último resquicio del viaje que lleva al durmiente del sueño al despertar. Las agujas del reloj enloquecieron entre las dos y las tres de la mañana, pero nadie pareció darse cuenta. Un ruido blanco y opaco se escondió dentro del cajón de la mesita de noche y se tapó con la ropa interior mientras la lamparilla daba unos cuantos destellos que terminaron por fundir la bombilla.

El Sr Birdsong despierta a su cotidianeidad. Aún no lo sabe pero el tejado de la casa de enfrente ha sido robado. Cuatro hombres, con sus rostros cubiertos por máscaras de elefante, tiraron de él esta madrugada y lo arrastraron cuidadosamente. Las tejas aferradas unas a otras se deslizaron como una sábana y dejaron tras de si una estructura que simulaba un arpa de madera.

Muy pronto, el metódico y estirado Sr Birdsong, lo descubrirá pero antes de que lo haga se entretendrá observando un extraño fenómeno que le dejará atónito. En el suelo del salón, hay una larga fila de huellas polvorientas que le alertan de que alguien ha estado allí. Su libro de lectura ha sido cambiado de lugar. Y junto a la televisión hay una taza de loza blanca en la que un carmín rojo ha dibujado unos labios de mujer.

El Sr Birdsong permanece tranquilo, se acerca al armario y, poco a poco, saca los zapatos de sus cajas. Un par de babuchas idénticas a las que lleva, unos zapatos de charol pasados de moda, unas deportivas y unas chanclas de verano.

A parta las cajas que contienen los de su difunta esposa pero al hacerlo un par de ellos resbalan y caen junto a los que ya ha alineado en el suelo. Coge el zapato de tacón y se distrae haciéndolo bailar con uno de sus zapatos de charol. Recuerda aquellos días felices en que su mujer aún estaba en casa. Suena un vals, “Cuentos de los bosques de Viena” de Johann Strauss hijo. Suenan las gaitas y las flautas, e imitan la voz de los pájaros y un arpa simula ser un avestruz. De pronto cae en la cuenta, la suela de su zapato de charol coincide con las pisadas en el suelo, son suyas no cabe la menor duda aunque no las recuerde. Sabe con certeza que hace años que no usa ese par de zapatos. Entonces se acerca a la taza y la toma. La acerca y la aleja de sus ojos. La huele y más tarde pone sus labios sobre el rojo beso. Por un momento, no se ha sentido solo. Él al que cualquiera definiría como un hombre huraño, encerrado en si mismo, raro e incluso antipático, se echa a reír y lo hace como en las películas mudas, sin sonido alguno. Abriendo y cerrando la boca exageradamente.

Suena el aldabón de la puerta que le interrumpe. Tras de ella hay un hombre con un traje de chaqueta claro y un sombrero hongo. Birdsong duda si abrir o no. Él nunca recibe visitas y cree que el que llama debe haberse equivocado o tan sólo viene a importunarle con tontas preguntas que no querrá responder.

El hombre tras la puerta insiste, ha escuchado el sonido de la cafetera que pita avisando de que ha terminado con su trabajo, el café le advierte, hay alguien en la casa.

Birdsong se queda inmóvil y es entonces cuando tras el cristal de la ventana, sucio por la lluvia de hace días, descubre que el tejado de enfrente ha desaparecido.


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