jueves, 13 de octubre de 2011

Morigerar antes de empezar




Ilustración de Juan Gatti

En la oscuridad y con pasos como plumas para no hacer ruido, bajó las escaleras. No quería molestar los sueños ajenos. Entró al cuarto de baño que brillaba argénteo. La luna golpeaba insistentemente en el cristal. Se sentó en la taza y dejó que los efluvios de la noche resbalaran por sus piernas.




Ilustración de Juan Gatti

Tiró de la cadena y abrió la ventana. La luna era tremendamente redonda como un pez que se muerde la cola. Y sobre ella divisó un astronauta que esperaba. La base hacía tiempo que le había anunciado su próximo rescate. Le habían dicho que enviarían un cohete, uno antiguo, como los que dibujan los niños cuando se les inquiere a hacerlo. No tenían prepuesto para una moderna cápsula espacial, habían añadido. Reconocería el artefacto porque iría pintado de un azul intenso y sobre éste podría apreciar dibujada la tierra.

Aunque las horas pasaban plúmbeas para él, no había perdido la esperanza de que su viaje extravehicular acabara. Sus paseos por la superficie lunar pronto no serían más que recuerdos que contaría a los niños del vecindario aunque estos no le preguntaran.

Les hablaría de su primer paseo espacial, el 17 de marzo de 1965. No les revelaría que se adelantó a los rusos en su misión Vosjod2; ni que los suyos le habían ocultado que sería objeto de un experimento. La base pretendía estudiar sus reacciones al vacío.

Él durmiente despertó. Palpó las sabanas y sobresaltado la llamó. Ella miró hacia arriba. El cosmonauta que también le había oído, escribió un mensaje en la pantalla de su casco. Los cascos son una pieza de especial delicadeza, no sólo permiten la visibilidad y protegen de las radiaciones sino que tienen uno o dos micrófonos para radio, unos auriculares y una pantalla donde aparecen mensajes escritos.

El mensaje del cosmonauta era una frase de Ovidio que éste había encontrado en un azucarillo:

“En asuntos de gran importancia, la confianza suele venir muy lenta”

Cerró la ventana y subió de nuevo a la cama. Se abrazó al calor del sueño que el durmiente despedía. Cogió su mano y acarició su brazo con el temblor de aquellos que hacen algo por primera vez.


Ilustración de Juan Gatti


1 comentario:

uve dijo...

me encanta. Y la parte del astronauta la veo perfectamente en un cuento!