viernes, 30 de septiembre de 2011

El suelo estaba más gris que antes pero el cielo era más claro.





Fotografía de Magdalena Wanli


La lluvia no cesaba y aunque sus pasos eran rápidos, nada evitó que su pelo recogido en un moño se mojara. Entró para protegerse de la lluvia en la misma librería que la tarde anterior había visitado. Se acercó a las mismas estanterías que había ojeado y comenzó a buscar. Intentaba encontrar, un libro, un título sugerente y onírico que el día anterior había descubierto y que, ante las dudas de si comprarlo o no, había dejado escapar.
No recordaba ninguna pista que pudiera acercarle a él. Tan sólo recordaba que el autor era argentino y amigo de Apollinare. Intentó rememorar y centrar su posición frente a las estanterías. Tal vez colocándose en el mismo lugar la regresión y la búsqueda serían más sencillas.

“¿Consejos para durmientes…?”, no. ¿Empezaba el nombre por la “i”?, tampoco.


Entonces una jovencita de unos 16 años la empujó y le pidió disculpas después de hacerlo. Cogió la banqueta que permitía alcanzar los libros de la última balda y le dijo a la amiga que la acompañaba que debía elegir entre dos libros. La chica bajó sosteniendo en la mano derecha el libro de Emily Brönte “Cumbres Borrascosas”, mientras su amiga la miraba atenta sosteniendo con ambas manos “Las olas” de Virginia Woolf.

- ¿Cuál? - preguntó la chica que había subido a la banqueta.

Un señor con gabardina beige y de avanzada edad, que ojeaba libros cerca y había observado la situación se dirigió a las chicas e intentó ayudarlas a elegir.

- Mejor el de Virginia Woolf - respondió el caballero.

Las jóvenes le miraron recriminándole el atrevimiento. Era un desconocido y que le importaba a él, que libro iban a comprar. La chica que había subido a la banqueta, le contestó molesta.

- No es para nosotras es para mi madre.

El señor amable, les advirtió que “Cumbres Borrascosas” era un libro muy conocido y que probablemente ya lo tendría o lo habría leído. Y les sugirió que lo compraran en bolsillo sería más económico.
La chica indignada le dijo que no, se trataba de un regalo y en ese caso, siempre era mejor la tapa dura.

Al otro lado de la escena estaba ella, con el moño goteándole y distraída de su búsqueda. Pensó en lo que acababa de decir la joven y al mirarla creyó ver a la madre de ésta, durante un desayuno en una mañana cualquiera, dándole ese consejo a su hija. Ese consejo que la ayudaría a guardar las apariencias y a quedar elegantemente en un mundo en el que aparentar es ya casi más importante que ser.


El señor se dio cuenta por el tono de la respuesta de la joven, que estaba molestando y se calló. La chica del moño le observó mientras se movía lentamente para alejarse de aquella situación. Cuando el hombre pasó por su lado, ella cortésmente le dijo en voz baja.

- Yo también opino como usted.

El caballero hizo un ademán y espero a que las jovencitas se alejaran hacia la caja, después de haber depositado “Las olas” en su lugar correspondiente. La chica del moño pensó que tal vez si aquel hombre no hubiera dicho nada, Virginia hubiera tenido alguna posibilidad de ser comprada y tal vez, leída. Al fin y al cabo las chicas no parecían tener muy claro cuál.

El caballero se dirigió a la chica del moño y dijo:


- Las cosas han cambiado mucho. Los jóvenes ya no son como antes dijo refiriéndose a lo molestas que se habían sentido las chicas por sus palabras. Y continúo, el otro día les pregunté a mis alumnos si conocían a Simenon. De los treinta y cinco, ni uno había oído hablar de él.


- Que triste ¿verdad? - dijo la chica del moño y añadió - pero no crea que los de mi edad si lo conocen.

Los dos se miraron, guardaron silencio y cada uno siguió su camino, cada uno en su búsqueda particular de un libro. Minutos más tarde el caballero volvió junto a la chica del moño y le dijo:

- Veo que es usted una mujer interesada en la lectura. Si le gusta Muñoz Molina no se pierda su último libro. Para mí “El jinete polaco” es una de sus mejores novelas y éste último sigue el tono de aquel. Es espléndido.

La chica del moño goteante asintió y le vinieron a la cabeza “El dueño del secreto” y “En ausencia de Blanca”, aunque había leído algunos títulos más, del maestro de Jaén. Antes de que el caballero se alejara nuevamente la chica del moño le preguntó:

- ¿Es usted profesor de literatura?
- No, por Dios. Soy profesor de derecho, de derecho financiero. Soy un rara avis, ya lo ve.

El caballero sonrío cortésmente y se alejó. La chica del moño siguió con su búsqueda un rato más y pronto se dio por vencida. Antes de salir de la librería buscó con la mirada al caballero que hablaba y reía con uno de los libreros. Cruzaron una última mirada y ella salió del local.
La lluvia había cesado. El suelo estaba más gris que antes pero el cielo era más claro.



Fotografía de Magdalena Wanli

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