miércoles, 28 de septiembre de 2011

Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar


"Le hizo comprender con ternura que hay en el mundo dos clases de enamorados: los que desean como locos, cuyo ardor se debilita tras el triunfo, y aquellos a quienes somete y apresa la posesión, en quienes el amor sensual, al mezclarse con las inmateriales e indecibles llamadas que lanza a veces el corazón del hombre hacia una mujer, hace florecer la tremenda servidumbre del amor completo y torturador."

Guy de Maupassant


Pintura de Sara Zin

“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente, te encontrarás a ti mismo. Y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.”
Pablo Neruda
.

Tal vez, la casualidad no existe y por ello, a veces nos encontramos con algunas personas que jadean mientras nos saludan tímidos. Tal vez, algunos transitan constantemente nuestra periferia, a la espera de vernos fortuitamente, persiguiendo el azar para poder sobrevivir a sus mañanas, sus tardes y sus noches. ¿Quién sabe?


Pintura de Sara Zin

¿Te has dado cuenta, de qué cuando uno mira el reloj, el tiempo se detiene? Los minutos pasan más lentos y los números se empequeñecen. Sí, lo hacen. Uno salta con la vista a las horas que se convierten en minutos y entonces, descubre que estos se convierten en segundos que no pasan.

La velocidad frena y la vida derrapa. Y el mundo no deja de girar porque nunca ha girado. Entonces las marcas de avión en el cielo permanecen como rayas de nube. Inciertas equis de algodón.


Pintura de Sara Zin

Esa mañana miraba a lo alto esperando que esos pentagramas inconclusos desaparecieran de su vista.

Se levantó de la silla de madera y se dirigió a la baranda metálica que ardía por la incidencia del sol. Colocó sus manos en el negro ardiente y subió sus pies al muro de piedra. Una pequeña balaustrada que la alzaba unos treinta centímetros del suelo. La sensación de volar, de elevar los pies lejos de la ansiosa realidad, la reconfortó.

¿Qué pasaría si, ahora, una bocanada de aire la elevara y la dejara caer al abismo del asfalto?

“Pasaría que un coche pequeño y lento, conducido por una anciana que tendría el carnet desde hacia poco, y que buscaba aparcamiento en una calle imposible, la recibiría en su techo metálico. Un golpe certero alertaría a la anciana de que un bulto se aferraba desde hacia segundos a sus lomos. Ésta detendría el coche y saldría de él. La descubriría y la miraría con asombro. Un mal aterrizaje, pensarían ambas. Durante segundos, un silencio incómodo las separaría y las haría girar dentro del melodrama. Ella la mujer caída, cubriría con sus manos su vergüenza. Y su largo vestido de aire hippie, se levantaría por el viento y poco a poco, se desprenderían y saldrían volando las flores dibujadas en él, hasta convertirlo en un trozo de tela, semitransparente e insípido. La anciana miraría con deleite aquel torbellino floral que dejaría a su paso un agradable olor a primavera. La mujer caída, bajaría del techo, se deslizaría colocando su nuevo olor acre, en tierra. Se recompondría y extrañamente, no temblaría. La anciana más tranquila, al creerla con vida, se ofrecería a llevarla a algún lugar, un paseo por el parque, una visita al botánico o tal vez al mar. Sí el mar dirían las dos a la vez, mejor al mar.”

Abrió los ojos y soltó la baranda. No está bien pensar cosas atroces - se dijo. Debía alejar como fuera esas preguntas absurdas. Bajó al suelo y las plantas de sus pies notaron el escozor de las baldosas de barro. Dio unos saltos intentando esquivar el ardor y volvió a subir al murete y en una especie de alucinación, al mirar hacia abajo, se vio caminando por la acera. Iba tras otra mujer, la seguía como lo hacía su sombra. Primero la dama, tras ella su sombra y después su alucinación.

Su alucinación miró hacia arriba y la vio observándola. Ella soltó la baranda y bajo del murete. Comenzaron a caer relojes desde el cielo, eran relojes de pulsera, tal vez, los relojes de los hombres con traje y bombín de Magritte, que se liberaban de la esclavitud del tiempo y llovían, desde ese momento, libres.


Pintura de Sara Zin

SARA ZIN es una artista coreana, nacida en Seul.
Los retratos de sus mujeres transmiten una inmensa melancolía y tristeza. Su poesía visual es hipnótica y te atrapa en las redes de la pintura. En una entrevista la artista dice que su trabajo no tiene elaborada una historia que contar, dice que es más bien un intento de capturar un momento de tranquilidad, de intimidad en el tiempo.
Al mirar los ojos de sus mujeres uno no puede evitar conmoverse.

www.zingallery.com

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