martes, 30 de junio de 2009

Un otoño de tiza




"Autumn Story" por FIREKITES de su album "The Bowery"
Vídeo dirigido por Yanni Kronenberg y Lucinda Schreiber.

Dedicado a Eva

lunes, 29 de junio de 2009

El abominable peso de lo inesperado


Fotografía Ángel Araújo


" Te enseñaré algo que no es
Ni tu sombra por la mañana extendida delante de ti,
Ni tu sombra por la tarde saliendo a tu encuentro.
Te enseñaré tu miedo en un puñado de polvo." T. S. Eliot


La carretera estaba más gris de lo habitual. El sol calentó tanto el alquitrán que los neumáticos comenzaron a derretirse como si fueran helados. Sentada frente al volante de mi vida sentí un pánico terrible. El asfalto era como un inmenso chicle que se estiraba y me atrapaba. Mi cabeza se llenó de agujeros negros. Me preguntaba si ese pedazo de historia que ahora tenía que desayunarme había tenido un guionista. ¿Por qué había escrito algo así?
Salí del coche con mi imaginación lastimada entre las manos. Y pude ver que el castillo, las princesas y los príncipes ya no estaban allí. En su lugar quedaba el cuento vacío, desgarrado por el nudo.

miércoles, 24 de junio de 2009

El tercer cajón

Ilustración de Marta Chicote

Entro en mi cabeza y lo primero que hago es mirar por la ventana que hay en mi cerebro, como haría cualquier inquilino que entrara por primera vez en una habitación alquilada. Ojeo lentamente la cama donde parece ser que mi pensamiento duerme noche tras noche. Cerca de ésta descubro una mesita de madera y en ella varios cajones. En el primero hay un letrero que dice ideas absurdas que no llevan a nada. En el segundo, pensamientos ajenos que he hecho míos. Y en el tercero, ideas secretas que mi inconsciente oculta de la luz. Soy mortal y terriblemente previsible, así que me acerco y finjo cierta curiosidad medida. No quiero que nadie pueda pensar que lo único que deseo es leer lo prohibido. Prendo la lámpara y una luz que muchos considerarían cegadora da en mi cara. Mis ojos se deslumbran como los del reo cuando el policía que pretende interrogarle, dirige el foco hacia él, hacia sus dos espejos del alma, el derecho y el izquierdo.
Dicen que el alma se ocupa personalmente de separar las cosas que irán a uno y las que destinará al otro pero yo no termino de creerlo.
Observo la madera de la mesita como si me llamará la atención. Se trata de un roble viejo que alguien se molesto en talar y transformar en este mueble que ahora tengo ante mí. Acarició lentamente la superficie y me muevo con cautela, tengo miedo de ser descubierto. Me giro y compruebo que sigo solo. Todo está en silencio ahí afuera, parece que todos los habitantes del planeta se han mudado o han ido a pasar las vacaciones a otra tierra. Eso me da fuerzas para seguir con mi cometido. Con un movimiento rápido lanzo la mano como la garra de un depredador contra ese tercer cajón, que con fuerza se resiste a abrirse. Decepcionado me siento en el suelo, era previsible cómo he podido creer... Paso así horas, sin saber que, poco a poco, mi cuerpo pierde temperatura.
Alguien llama a la puerta y me saca de ese ensimismamiento, que me conduce irremediablemente a la muerte emocional, aunque yo aún no lo sé. Miro a esa persona y sé que no es la primera vez que lo hago. Sé que lo hice cuando tenía diez años y que volví a hacerlo a los treinta, y dos veces más con treinta y nueve y con cuarenta. El desconocido y conocido a la vez, me dice que la vecina de la habitación de abajo ha llamado a recepción para decir que le molestan las goteras. Dice que en su techo hay una mancha de humedad que crece a ratos y disminuye en otros y no la deja dormir. Me mira a los ojos y me recrimina que las cosas no pueden seguir así. Me prohibe volver a llorar.
Me confiesa que no quería hacerlo pero que las circunstancias no le dan otra opción. Mete su mano en el bolsillo de sus pantalones de franela gris y saca una llave que me tiende con recelo. Creo que hasta este último instante a dudado si hacerlo o no. Después se gira y deja que observe como se aleja. La tela de sus camales roza entre si y compone una música, que oculta por completo el sonido de las pisadas de sus zapatos, sobre el falso parqué. Cierro la puerta y veo la llave en mi palma derecha. Me provoca cierto desasosiego. Es una llave pequeña, de plata.
La mano izquierda se acerca tímida a la palma derecha y nerviosa la merodea. La mano derecha permanece impasible. Con un movimiento rápido, la mano izquierda se lanza sobre la derecha y ésta se cierra con toda su fuerza para proteger la llave. Yo miro la cerradura del tercer cajón con desconfianza.

En el exterior se escucha "Brown eyed girl" by Van Morrison

martes, 23 de junio de 2009

Bee-Eater


Fotografía de Mariano Fernández

sábado, 20 de junio de 2009

Una carta dentro de una ballena

Así empezaba mi carta, con una ballena que nos haría viajar a ambos, lejos, muy lejos de allí. A un lugar inalcanzable en el que compartiríamos casa con inmensas selvas y ríos serpenteantes. Un lugar lleno de koapis, lémures, cuscús y hoatzines.
Cortaríamos con la sierra de nuestros sueños mares y oceános. Imaginaríamos que nuestros cuerpos no estaban separados por kilómetros de distancia. Creeríamos eternamente en nosotros, él en mí y yo en él. Su ausencia no sería más que la reafirmación de nuestro amor. Y sin movernos, en silencio, mirándonos a los ojos nos hablaríamos del único modo en el que los amantes se pueden hablar. Esa era mi carta y viajaba dentro de una ballena.




Ilustraciones Pablo Amargo
La ballena lleva un Mp4 y escucha: "Something in the way, she moves" de James Taylor. Feliz cumpleaños Azul

viernes, 19 de junio de 2009

Antes de que sea demasiado tarde

En 1992 Severn Suzuki, con 12 años, viajó desde Vancouver a Río de Janeiro y participó en la cumbre "The earth summit" organizada por la ONU. En ella los altos cargos mundiales estaban reunidos para debatir sobre los problemas medio ambientales en la tierra. La voz de Severn, dulce, contundente y precisa pronunció un discurso, que sinceramente creo que todo el mundo debería escuchar y reflexionar como mínimo una vez.


Ilustración Alma Larroca
Este fue su discurso:
"Hola, soy Severn Suzuki y represento a ECO (Environmental Children's Organization). Somos un grupo de niños de 12 y 13 años de Canadá intentando lograr un cambio: Vanessa Suttie, Morgan Geisler, Michelle Quigg y yo. Recaudamos nosotros mismos el dinero para venir aquí, a cinco mil millas, para decirles a ustedes, adultos, que deben cambiar su forma de actuar. Al venir aquí hoy, no tengo una agenda secreta. Lucho por mi futuro.
Perder mi futuro no es como perder unas elecciones o unos puntos en el mercado de valores. Estoy aquí para hablar en nombre de todas las generaciones por venir. Estoy aquí para hablar en defensa de los niños hambrientos del mundo cuyos lloros siguen sin oírse. Estoy aquí para hablar por los incontables animales que mueren en este planeta porque no les queda ningún lugar adonde ir. No podemos soportar no ser oídos.
Tengo miedo de tomar el sol debido a los agujeros en la capa de ozono. Tengo miedo de respirar el aire porque no sé qué sustancias químicas hay en él. Solía ir a pescar en Vancouver, mi hogar, con mi padre, hasta que hace unos años encontramos un pez con cáncer. Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen cada día, y desaparecen para siempre.
Durante mi vida, he soñado con ver las grandes manadas de animales salvajes y las junglas y bosques repletos de pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán siquiera para que mis hijos los vean.
¿Tuvieron que preguntarse ustedes estas cosas cuando tenían mi edad?
Todo esto ocurre ante nuestros ojos, y seguimos actuando como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y todas las soluciones. Soy sólo una niña y no tengo soluciones, pero quiero que se den cuenta: ustedes tampoco las tienen.
No saben cómo arreglar los agujeros en nuestra capa de ozono. No saben cómo devolver los salmones a aguas no contaminadas. No saben cómo resucitar un animal extinto. Y no pueden recuperar los bosques que antes crecían donde ahora hay desiertos.
Si no saben cómo arreglarlo, por favor, dejen de estropearlo.
Aquí, ustedes son seguramente delegados de gobiernos, gente de negocios, organizadores, reporteros o políticos, pero en realidad son madres y padres, hermanas y hermanos, tías y tíos, y todos ustedes son hijos.
Aún soy sólo una niña, y sé que todos somos parte de una familia formada por cinco mil millones de miembros, treinta millones de especies, y todos compartimos el mismo aire, agua y tierra. Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso.
Aún soy sólo una niña, y sé que todos estamos juntos en esto, y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo.
Estoy enfadada, pero no estoy ciega; tengo miedo, pero no me asusta decirle al mundo cómo me siento.
En mi país derrochamos tanto… Compramos y desechamos, compramos y desechamos, y aún así, los países del Norte no comparten con los necesitados. Incluso teniendo más que suficiente, tenemos miedo de perder nuestras riquezas si las compartimos.
En Canadá vivimos una vida privilegiada, plena de comida, agua y protección. Tenemos relojes, bicicletas, ordenadores y televisión.
Hace dos días, aquí en Brasil, nos sorprendimos cuando pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la calle. Y uno de ellos nos dijo: “Desearía ser rico, y si lo fuera, daría a todos los niños de la calle comida, ropa, medicinas, un hogar, amor y afecto”.
Si un niño de la calle que no tiene nada está deseoso de compartir, ¿por qué nosotros, que lo tenemos todo, somos tan codiciosos?
No puedo dejar de pensar que esos niños tienen mi edad, que el lugar donde naces marca una diferencia tremenda. Yo podría ser uno de esos niños que viven en las favelas de Río; podría ser un niño muriéndose de hambre en Somalia; un niño víctima de la guerra en Oriente Medio, o un mendigo en la India.
Aún soy sólo una niña, y sé que si todo el dinero que se gasta en guerras se utilizara para acabar con la pobreza y buscar soluciones medioambientales, la Tierra sería un lugar maravilloso.
En la escuela, incluso en el jardín de infancia, nos enseñan a comportarnos en el mundo. Ustedes nos enseñan a no pelear con otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir y a no ser codiciosos.
Entonces, ¿por qué fuera de casa se dedican a hacer las cosas que nos dicen que no hagamos?
No olviden por qué asisten a estas conferencias: lo hacen porque nosotros somos sus hijos. Están decidiendo el tipo de mundo en el que creceremos. Los padres deberían poder confortar a sus hijos diciendo: “todo va a salir bien”, “esto no es el fin del mundo” y “lo estamos haciendo lo mejor que podemos”.
Pero no creo que puedan decirnos eso nunca más. ¿Estamos siquiera en su lista de prioridades? Mi padre siempre dice: “Eres lo que haces, no lo que dices”.
Bueno, lo que ustedes hacen me hace llorar por las noches. Ustedes, adultos, dicen que nos quieren. Los desafío: por favor, hagan que sus acciones reflejen sus palabras.
Gracias.

martes, 16 de junio de 2009

¿Alguien puede darme una palmadita en la espalda?, por favor

Fotografía de Emil Schildt

Expuesta como cualquier película fotográfica a la luz de la verdad, mis sueños se ven rotos. Es el miedo el que escribe, él el que dota las frases de insensibilidad. A veces pienso que eso que mis guardianes de la corrección llaman falta de brillo, falta de chista o sosería, no es más que intimidación creativa, un bloqueo emocional que amenaza con destruir mi discurso narrativo. Y sin embargo otras veces, sucumbo al dolor de no ser lo que quiero ser, de no escribir lo que deseo escribir, de estar en el lugar equivocado. Me pregunto si alguna vez se han visto ellos expuestos a constantes críticas y cambios. ¿Alguna vez alguien ha puesto en tela de juicio sus palabras y les ha hecho creer que no tienen boca, no tienen voz, no tienen nada? Sé que ahora el calor del espacio que me rodea parece acrecentar está sensación de estupidez que me acompaña. Y sé que mañana todo se habrá calmado. Volverá esa fuerza inconsciente que me obliga a seguir intentándolo, así como mi nariz me obliga a volver a respirar tras segundos aguantando el aire en los pulmones.
Pero hoy desearía borrar estos sentimientos feos y oscuros que acompañan los minutos de mis últimos días y aunque busco soluciones pragmáticas que aplicar, no consigo creérmelas. ¿Alguien puede darme una palmadita en la espalda?, por favor.

miércoles, 3 de junio de 2009

Domando el vacío

Pintura de Séraphine de Senlis

"El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para que se vive" Dostoievski

" Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño"
Miguel Saiz Álvarez


Dijo que había entrevistado a A.A.E Ericsson y me miró. Yo escuché sus palabras con entusiasmo. Siempre admiré a esa escritora, amante de los animales, feminista en un momento histórico en el que serlo no era tan sencillo como ahora.
Esperé boquiabierta que siguiera con su prometedor relato. Dijo que se citó con ella en Estocolmo, poco después de que ella recibiera el Premio al "Sustento Bien Ganado", también llamado "Premio Nobel Alternativo". Yo desconocía la existencia de esos galardones y él con su habitual dogmatismo me dio una completa explicación. Parece ser que en 1980, un filatelista llamado Jakob von Uexkull, decidió homenajear y apoyar a aquellas personas que trabajaban buscando soluciones para cambiar el mundo, en sus deficiencias más urgentes.
Después de eso, hizo una pausa, un tenso intermedio de esos que intentan acrecentar la intriga y después sonrío satisfecho. Estaba seguro de que había conseguido captar mi atención, aunque no creo que nunca sospechara lo que de verdad desencadenó en mí todo aquello.
Su sonrisa me mostró una pequeña mancha blanca en uno de sus incisivos, el central. A primera vista parecía una mácula aparecida por una falta de calcio, una de esas que amenazan con extenderse y convertir el diente en un objeto frágil y transparente. Pero si prestabas atención parecía el resto de un dibujo tatuado en el esmalte. Jugué con aquella imperfección como en mi infancia lo hacía con las nubes, buscando en ella un animal, un pirata, un símbolo…que sé yo. El enigma me mantuvo ausente el resto de la conversación aunque creo que él no se apercibió de nada. Las frases llegaban a mí como venidas de un lugar lejano y no conseguían sacarme del sopor de mi obsesión. Quise preguntarle si era cierto aquello que se contaba sobre el nacimiento de su conocida heroína, pero me resultó imposible. Tenía los cinco sentidos secuestrados por aquel estúpido diente. La mancha se alzaba frente a mí como un poderoso fantasma.
Después de aquella cita tardamos años en volver a reencontrarnos. Lo hicimos en la celebración de los 100 años del nacimiento de Astrid Lindberg. Yo había acudido sola al evento. Mentiría si no dijera que le había estado esquivando todo aquel tiempo. Había dejado de asistir a invitaciones, había huido de los lugares comunes, incluso había cambiado mi número de teléfono, jubilando la agenda en la que yacía el suyo. Y todo por una insuperable mancha en un diente.
Entré al salón y le vi a lo lejos. Parecía feliz, y así quise creerlo, aunque el tiempo me ha enseñado a no fiarme de esas apariencias. Saludaba a unos y a otros con verdadero deleite. De su cuello colgaba una antigua cámara de fotos, que se balanceaba, tal vez era la misma que años atrás había inmortalizado a la creadora de Pippi Langstrumpf. Al verme me saludo con la mirada y siguió su conversación con una chica de pelo corto y extremada delgadez. Yo me sentí como un jardín en invierno y temblé como lo hacen las hojas en el otoño, cuando penden de las ramas sabiendo que su vida acabará estrellándose contra el suelo. Había temido aquel momento como nada en el mundo, lo había imaginado cientos de veces, unas más afortunadas que otras, pero nunca me había provocado tanta pereza como entonces. No quería volver a quedar atrapada en una mancha dental y sabía que lo haría. Al igual que semanas antes había quedado presa de un grano en la nariz de un interlocutor. Sabía que cuando se acercase, cuando me preguntase cómo estaba, cuando pronunciara esa esperada frase “¿cuánto tiempo? ¿no?”, yo no podría contestarle, no sería capaz de escuchar nada de lo que me contara. Mi mente se ofuscaría. La rabia y el silencio crecerían hasta asfixiarme. Y aunque deseara hablarle como lo haría Hopalong Cassidy, grosera, áspera y con conducta desganada, no lo conseguiría. Caería de nuevo presa en las redes de aquel dibujo deforme que vivía en su incisivo central.