lunes, 19 de enero de 2009

Marianne y Corinna

Fotografía de Lilyan Corneli

“No me gusta hablar de poesía, no me gusta hablar de mí y no me gusta hablar de política. Puedo hablar con ustedes de animales, de plantas, un poco de amor y un poco de amistad”

Wislawa Szymborska


La despiertan las primeras notas del Vals 2 op 69 de Chopin. Las hojas de los árboles tintinean al ritmo como si se tratara de minúsculas campanas colgadas de las ramas. La mirada se le hace más lenta, más sola y más tranquila. Mira colgado de la puerta del armario el vestido que la ocultará en su concierto, esos finos tirantes que sostendrán todas aquellas flores rojas sobre fondo oscuro. Sabe que nada sucede dos veces y que incluso a veces es todo un milagro que algo ocurra una sola vez y eso la hace inquietarse. El niño llora desde la habitación contigua. Pronto se escuchan los pasos de Corina, la niñera, que se acerca y abre la puerta. Los sollozos del bebé se apagan devolviendo a sus oídos a Chopin en su estado puro.
Todavía es pronto, el reloj apenas ha marcado las nueve de la mañana. Toma el cuaderno que descansa desde anoche en la mesilla y ayudándose del marcador de raso negro llega al folio en blanco. Como cada mañana desde hace años redacta la descripción de su cuarto. Esa idea no apareció en su cabeza de un modo original sino que la copió de un famoso escritor, cuyos libros le sirvieron de compañía hace tiempo. Le contaron que Vonnegut se imponía a si mismo dibujar con palabras su oficina día tras día para establecer un precalentamiento a la escritura.
Y así como el gimnasta que estira cada uno de sus músculos antes de comenzar a correr, Marianne toma el lápiz y describe su alrededor. Frente a la cama está el armario que compró en Italia en uno de sus viajes.
Escribe en primer lugar una cita de Scott Fitzgerald de la novela “Suave es la noche” que dice “Piensa cuánto me quieres. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero si te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche.” Después de esa transcripción se queda durante un instante pensativa pero pronto prosigue.
“Abro los ojos y frente a mí, en la puerta del armario se alza orgulloso el bello panel calado que muestra a la dama en el jardín. Hoy ha desaparecido su vaporoso vestido de época y en su lugar encuentro una enredadera que le cubre las piernas. A ambos lados del armario hay tres estantes que completan el diseño. La ornamentación contiene infinidad de relieves, hojas, flores y un curioso tigre.”
Desde la cocina llega el aroma del café recién hecho. Las tostadas calientan sus cuerpos aún. La cocinera come unas nueces mientras coloca el zumo de naranja en la bandeja.
Marianne revisa entonces la pared de su derecha y tropieza con una foto de Chip Hooper y escribe: “El mar de Tasmania parece tranquilo y el gigante de piedra parece estar inmóvil desde ayer”
Nadie sabe porque Marianne sigue viviendo en esa casa. Porque se empeña en que el servicio vista como en el siglo XIX. Tal vez, como ella misma le dijo una vez a Corinna su amor por aquella época le ayuda a mantener alejado su pasado. Sabe que el pasado es ayer y que el mañana es misterio pero a pesar de todo le asusta el presente, al que lejos de considerar un regalo considera un temor. Pero Corinna tiene su propia teoría y así se lo hizo saber una vez a la cocinera.

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