
Ilustración Andrea Mirabito
Llevabas muerta cinco días y yo aún no se lo había dicho a nadie. Sentada a los pies de tu cama mataba el tiempo reprochándote: “¿Quién eras tú para suicidarte?, tu vida me pertenecía...”
Sonó el timbre y más tarde el susurro de las llaves en la puerta. Entró tu vecina y gritó aterrorizada. La sangre seca manchaba las sábanas. Enfadada apreté su corazón hasta callar su latido en mis dedos y se desplomó. Arrastre la guadaña fuera de la habitación. En la casa de al lado me esperaba un anciano. Un trabajo monótono ser la muerte, pensé.