Marianne tiene la sensación de que alguien la observa desde atrás mientras escribe. Algo totalmente imposible pues su espalda reposa apoyada en un cabezal de madera y tras éste una fría pared de color verde sube hasta tropezar con el techo. A pesar de todo tapa pudorosamente el texto con la mano y se gira. Observa fijamente la pared escudriñando los diminutos agujeros que cree ver en ella y por los que supone que alguien puede estar espiándola. Acaricia su rostro y se compadece. Cree estar perdiendo el juicio. Corinna golpea con cuidado la madera que separa el pasillo de la estancia y espera a que la señora conteste y le dé permiso. Marianne permanece en silencio e imagina tras la puerta la cara de la chica. Puede ver sus rizos rubios recogidos bajo la cofia, los ojos azules como abismos profundos y esa boca fina y casi inexistente que a ratos la asusta. Marianne deja en la cama el cuaderno y la hace pasar. Corinna entra deslizando sus pies cuidadosamente, tal y como hiciera el 7 de agosto de 1974 un hombre llamado Philippe Petit. También ella como el funambulista teme que un tropiezo acabe con su vida. Le informa de que el desayuno está listo y que el pequeño ya ha sido llevado a casa de su abuela materna.
Marianne asiente con la cabeza y lamenta que su pereza y su lentitud le hayan impedido ver a su hijo esa mañana pero pronto ese pensamiento se desvanece sin dejar el más mínimo rastro de culpabilidad. Mira entonces la pared de su izquierda, junto a la ventana por la que entra brillante el sol, hay un lienzo de Ary Scheffer. Le pide un momento a Corinna y retoma su descripción. Coge el diario y escribe: “Francesca descansa todo su amor sobre el torso desnudo de su amante. Y Paolo sabiendo que sin poder evitarlo ha deshonrado a los Malatesta tapa su rostro.” Marianne busca entonces la mirada de Corinna y la encuentra perdida en el laberinto de colores que se dibuja en el suelo.
Le pregunta si conoce a la mujer del cuadro. Corinna la mira con desdén, ha escuchado su historia en infinidad de ocasiones y sabe que aunque no quiera volverá a oírla. Escuchará la vida de esa dama que leía tranquila el romance de Lancelot y Ginebra, y que embrujada por la literatura cayó de bruces en los labios de su amante. Marianne la sorprende y calla. Comienza a tararear, imagina que el mismo Debussy toca el piano para acompañarla. Y le dice con voz clara algo que Corinna escucha y no entiende:“yo también creo como Maeterlinck que solamente podemos ver el reverso de nuestro destino.”
Le pregunta si conoce a la mujer del cuadro. Corinna la mira con desdén, ha escuchado su historia en infinidad de ocasiones y sabe que aunque no quiera volverá a oírla. Escuchará la vida de esa dama que leía tranquila el romance de Lancelot y Ginebra, y que embrujada por la literatura cayó de bruces en los labios de su amante. Marianne la sorprende y calla. Comienza a tararear, imagina que el mismo Debussy toca el piano para acompañarla. Y le dice con voz clara algo que Corinna escucha y no entiende:“yo también creo como Maeterlinck que solamente podemos ver el reverso de nuestro destino.”
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