lunes, 1 de diciembre de 2008

Portaretratos: El hombre del sombrero


Ilustración Fernando de Vicente


“Hay gente que piensa que todo lo que se hace con rostro serio es razonable”
G. C Lichtenberg


Se acercó a la puerta de la calle sigilosamente y la abrió con cuidado. Su mujer y su hija dormían todavía. Desde la puerta del despacho la luz de la pantalla del ordenador iluminaba la pared del pasillo y reflejaba en ella un montón de secuencias cargadas de comentarios. Abrochó su abrigo y se puso el sombrero. Metió la llave en la cerradura y cerró la puerta sin hacer apenas ruido. Mientras esperaba al ascensor se planteaba las terribles consecuencias de su insomnio. Estaba cansado. Eran ya años tomando aquellas pastillas que no conseguían más que aumentar su inquietud y su consumo de cigarrillos. La relación con su esposa era ya casi inexistente. De hablar poco habían pasado a hablar menos. Ella se había refugiado en sus amigas, en las vecinas, en todo aquel que pudiera dedicar unos minutos de su tiempo a escuchar sus quejas, sus lamentos, su rabia hacia un hombre que frustrado perdía su vida y la de ella. Y él sintiéndose un fracasado se había escondido tras el trabajo. Un editor de guiones obsesionado por la gramática. Un cobarde que jamás se atrevería a escribir sobre un folio en blanco.
Salió de madrugada y soñó que la acera se extendía a sus pies como una alfombra roja y que los murmullos del silencio le aclamaban. Creyó sentir el calor de la multitud. A lo lejos la estanquera levantaba la persiana de su negocio. Fijó la vista ella y aterido por el frío fumó una calada de su cigarrillo. Entre sus dedos la colilla dió un último suspiro antes de ser pisoteada en el asfalto.
El sol comenzaba a empujar a la luna llena.

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