“La tierra temblando, al paso de la muerte... / un pequeño perro blanco corrió hacia la calzada / y se enredó entre los pies de los soldados. / Una patada lo hizo volar como si tuviera alas. / Eso es lo que sigo viendo: / la caída de la noche. Un perro con alas.” CHARLES SIMIC
Le duelen las piernas, en eso piensa mientras friega los platos y tazas del desayuno. La mujer mira por la ventana y descubre frente a ella, parado en el aire como si fuera un colibrí, a un colirrojo. Ella no identifica al ave, nada sabe de pájaros pero la observa con las manos mojadas. Corre el cristal, salpicado por las gotas del grifo y escucha el trino. Es agrio, con un timbre metálico y formado por estrofas cortas en las que se diferencian dos partes separadas por un corto silencio. El brillo de la cola rojiza deslumbra a la mujer. Como ella el pájaro es una hembra que ha cambiado las montañas por la ciudad. Ha abandonado su nido de hierba, musgo y raíces en un roquedo para instalarse en la grieta de un edificio.
El timbre la despierta de la ensoñación. Cierra la ventana mientras observa al pájaro alejarse. Seca sus manos algo nerviosas, el trapo resbala y cae al suelo. De nuevo vuelve a sonar el timbre, dejando entre ambas llamadas un silencio.
No abre. Decide quedarse presa de sus ensoñaciones. Ahora a los sesenta y cinco años desmontar el silencio le parece una tarea dudosa. Piensa en su George Barker, idéntico al poeta. Y sueña que viaja con él a Mabu. Allí caminan tranquilos entre árboles altos de hoja perenne. Pueden ver como los monos se cuelgan de las lianas observados por los camaleones pigmeos.
Nuevamente suena el timbre. El imperio de los sueños se desvanece y se escurre de su cuerpo como lo hace cada mañana el camisón. Queda desnuda ante el telefonillo. “querida, el mundo todavía es una quimera atroz y sublime…” - ¿A qué vienen esos pensamientos?
Abre la puerta y espera que su hija suba las escaleras. No hay nada estable. La escena ahora transcurre en el interior de un libro que crece como se sopla el vidrio.
“En cada multitud hay uno o dos asesinos. / Aún no sospechan su porvenir. / Las guerras se empiezan para que les sea fácil / matar a una mujer que empuja un carrito de niño.” CHARLES SIMIC
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