miércoles, 10 de noviembre de 2010
La rectitud de las normas
A media tarde sube para comprobar que su discurso todavía tiene cierta coherencia. Lleva enrollada al cuello, a modo de bufanda de lana, su serpiente, a la que no da de comer desde hace tiempo. Abre con sigilo la puerta, mira furtivamente y cierra de nuevo. Su rostro parece satisfecho. La serpiente sisea por hambre. Ella la hace callar no quiere que nadie las descubra.
Ilustración de Tascha Parkinson
El sonido de sus pasos se aleja y se pierde. Una vez en casa desenrosca a la serpiente y la mete en la pecera redonda. Se quita la chaqueta oscura y se sienta en el sillón a esperar. Coge un libro para calmarse pero la inquietud y el temor no le permiten leer. Levanta el teléfono y lo llama. En el último año, él la ha acompañado a casa y ha montado con ella en bicicleta. Pero ni eso le ha hecho olvidar la rectitud de las normas. Las normas son las normas, se ha dicho miles de veces a si misma frente al espejo. Asegura que no es rabia, ni envidia. Tampoco el escozor de la soledad mordiéndole los talones, nada de eso. Es solo que el artículo dice y el artículo dice y el artículo dice... y según eso... en fin, no hay nada que discutir. Las normas son las normas.
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