Imagen del Halo rodeando al sol desde Aserrí, Costa Rica. Foto tomada por Blanca Rivas
Abandono mi lenta lectura de Montaigne con la esperanza de que a pequeños tragos la semilla de su sabiduría germine en mi pensamiento, porque como el mismo decía “así como las plantas se ahogan por exceso de agua y las lámparas por exceso de aceite, lo mismo ocurre a la acción del espíritu por exceso de estudio y de materia”. Es cierto, sólo nos preocupamos por llenar nuestra memoria dejando así vacíos nuestro entendimiento y nuestra conciencia. Una enfermedad que acompaña a los hombres desde tiempos inmemorables como un mal endémico. Lo vio Montaigne en sus contemporáneos, lo compartió Stefan Zweig casi quinientos años después y lo constata hoy en día cualquiera que se fije mínimamente en nuestra tan informada sociedad, donde el bombardeo de noticias e historias llenan nuestra mente de conocimientos de imposible conexión.
Deambulo por esa caja de
También Shakespeare estudió los ensayos de Montaigne y dejó que las ideas del francés estiraran de las suyas, como el marinero tira de la red para sacar los peces. Poco a poco, construyó la arquitectura especular que conforma la estructura dramática de “La tempestad”. Ha sido muy comentado el hecho de que el nombre de uno de los principales personajes de la obra, Calibán, es el anagrama creado por el dramaturgo inglés a partir “De los caníbales”, título de uno de los capítulos de los “Ensayos” de Montaigne, en el que el pensador renacentista, habla de la oposición entre civilización y naturaleza desde una perspectiva utópica. Ese hombre natural, imprescindible para la constitución de la república ideal; El mundo al revés del filósofo, donde no habría comercio, ni letras, ni ocupaciones, ni vicios…donde el hombre se enfrentaría al vacío.
Me detengo sobre uno de mis pasos y la sombra de mi pie, en el colorido mapa que dibujan los ladrillos del suelo, me hace regresar a un párrafo inquietante que me sobrevino, hace unos días, en una lectura cuyo origen hoy no sabría precisar y que dice así:
“El cambio que nos destroza, decía Edgar, el hijo del Conde de Gloucester, en el Rey Lear, nos llega siempre cuando estamos instalados en lo mejor. Lo peor, en cambio, nos devuelve a la risa. Bienvenido, pues, aire insustancial que ahora abrazo. El miserable a quien has lanzado con tu soplo rumbo a lo peor, no debe nada a tus soplos.”
Confusa miró al cielo y allí descubro con asombro que el sol está rodeado por un arco iris circular que lo cerca. Algo similar al rastro que deja un avión en el cielo traza un círculo perfecto alrededor del astro y en esa nube algodonosa se dibuja un arco iris completo. La sensación de que un inmenso ojo irisado me observa desde lo alto es muy clara. Lo contemplo a pesar de que mi visión se hace ópaca por osar mirar al sol . Ícaro corrió peor suerte.
Más tarde Google me descubre que he sido testigo de “la corona de sol”, un fenómeno meteorológico que sólo se produce a muy baja presión atmosférica. Científicamente se llama “Halo solar” y se trata de la refracción de la luz a través de los cristales prismáticos del hielo o las gotas de agua existentes en las nubes (cirros muy altos) de la más elevada atmósfera y que se encuentran entre el observador y el sol.
Tengo entonces la certeza de que Shakespeare tenía razón cuando afirmaba que la vida está tejida de la misma materia que los sueños.
2 comentarios:
Hola Pilar. Soy Vero, he estado revisando tu blog, enhorabuena por tus textos. pasaré por aquí.
un abrazo!
Te esperaré con los brazos abiertos. Que ilusión que te gusten. A ver si nos vemos pronto y tengo el privilegio de ver esa libreta de viaje en directo. Llevo días desconectada. Me voy para tu casa virtual a ver si hay novedades.
Muchos besos
Publicar un comentario