lunes, 28 de julio de 2008

La lluvia

"El propósito de un escritor no consiste en resolver una cuestión de una vez para siempre, sino en obligar al lector a ver la vida en todas sus formas, que son infinitas" Tolstoi

La lluvia de verano la trae a ella, mojándose desnuda en aquella galería que un día fue el paraje de nuestra intimidad. Ese aguacero liviano hace regresar el canto de los vencejos como sólo entonces cantaban. Trae un arco iris doble y un gran río, turbio y salvaje. Y la veo en ese batel atravesando sueños con la mirada escondida en la copa de los árboles, como escondidos estaban aquellos pájaros en el cuento de Galeano. Permanezco en este viaje atemporal, unida a ella como madre e hija están fundidas en el momento del alumbramiento; y la recorro, como quien lee un diario antiguo escrito por el mismo.
Olvido que ella nos obligo a ambas, a beber aquellos tragos de angostura y con ello nos condenó a perdernos. Tampoco ella quería morir como una imbécil, dijo un día, y sin embargo, consintió en hacerlo. Y su decisión reflexionada y aceptada se convirtió para nosotras en la única fuente de conocimiento.
La luz fría y azul de estos días de tormenta nos acompaña como siempre lo hizo, no sé si para encontrarnos o tal vez para despedirnos. Aceptamos, con paciencia y resignación, la lacerante llegada del olvido, aniquilando así la única memoria que podrá hacer soportable nuestra muerte.

martes, 15 de julio de 2008

La leyenda de la soledad del hombre


“Todos, todos tenemos una hora cobarde, una hora de hastío cuando muere la tarde.”
Alfonsina Storni


La cabeza de su sombra sorprendida ante su llegada se inclino. Sombra y hombre se miraron perplejos y se reconocieron. La sombra saludo al hombre y le pregunto por su mujer, la luz. El hombre siguiendo las normas de cordialidad, pregunto a la sombra por su señora, la oscuridad. La luz celosa de la sombra, abandonó al hombre. La oscuridad enloquecida cubrió cuanto encontró a su paso. El hombre confundido y sin sombra emprendió el camino solo.

Ilustración de Simón del desierto

Delirio a treinta y ocho


En un estado febril, tomó el lápiz y el cuaderno y bajó al salón que el hotel tenía reservado para los invitados selectos. Dos preciosas puertas de cobre, que simulaban troncos de árboles, la separaron del mundo. Él, el único hombre de su vida, se había quedado en la habitación, tumbado en una inmensa cama blanca, observando frente a él, a través de la ventana, el acantilado casi perfecto de la bahía de Horta. A lo lejos, muy tenue se escuchaba las Gynospedies de Satie.
Ella sentada en una pequeña mesa redonda, abrió el cuaderno por la primera página y escribió en su margen derecho el lugar en el que se encontraba, Isla de Faial. Había oído que en 1986 en aquel lugar de las Azores, había tenido lugar una inmensa tempestad, olas gigantescas, de 15 a 20 metros, habían llegado a la costa y habían azotado el mítico puerto. Había quien aseguraba que había visto en ellas el rostro encolerizado de Neptuno. Intentó imaginar aquel torbellino de aguas embravecidas pero no pudo. Se levantó y se acercó a la cristalera, observó a dos mujeres que tranquilas hablaban. A su lado dos niños de escasos meses dormitaban, cada uno en su lujoso carro infantil. El humo de un puro que un hombre fumaba unos metros más allá, se deslizaba por delante de ellas, dándole a la estampa un aspecto fantasmagórico.
Miró el cielo y vio que una nube oscura se acercaba lentamente. Los rayos del sol dejaron de ser anaranjados para tornarse metálicos, pronto un azul grisáceo cubrió el lugar. Las mujeres seguras de que aquel cambio humedecería sus vidas se despidieron y se desearon suerte. Cada una de ellas tomó el mando de su carrito para regresar a sus habitaciones. El hombre del puro miraba fijamente la nube y apuraba inquieto las últimas caladas. Ella impasible seguía observando. La visión de un helicóptero le hizo perder de vista al hombre del puro. El pájaro de hierro hacia un ruido infernal, eso se dijo a si misma, porque a través de aquella cristalera insonorizada era imposible escucharlo.
Él se levantó y cerró la ventana. Tomó su libro y volvió a la cama. Continúo la lectura por la página, en la que la noche anterior había sucumbido al sueño.

“El incendio arrasaba las hectáreas con tal ferocidad que amenazaba con destruir todos los recursos naturales de la zona. Intentando evitar el desastre ecológico, se movilizaron innumerables medios técnicos y efectivos humanos, pero la masa forestal sucumbía ante la ferocidad de las llamas. Bomberos, motobombas, cinco helicópteros y un hidroavión lucharon sin descanso durante cuatro largos días…”

El calor de las llamas ficticias despertó en él las ganas de nadar. Cerró el libro, se desnudó y tomó el albornoz del cuarto de baño. Abrió la puerta de la habitación y caminó el pasillo de parquet color roble, que le llevó hasta el ascensor. El cubículo dorado estaba forrado de espejo en cada una de sus paredes. Apretó el botón que decía swingpool y esperó a que las puertas se abrieran. Su imagen le fue devuelta un centenar de veces, como en aquella famosa secuencia de Welles. Tranquilo y con un paso decidido y firme, se dirigió hacia la piscina. Tan sólo una anciana de unos ochenta años, mojaba su cuerpo en ella; Cargada de joyas de oro intentaba hundirse, como el Titanic, sin éxito. Él la miró de lejos, con desprecio, y elegantemente dejó que el albornoz se deslizara por sus hombros hasta caer al suelo. Cualquiera hubiera dicho que intentaba seducirla. Desnudo y ante la mirada atónita de aquella mujer arrugada por las aguas, desapareció.
Ella, bajo la mirada de nuevo a tierra y descubrió que ya no había hombre fumando, en su lugar el desalmado había dejado la colilla humeante. Acercó la boca al muro de cristal y dejó que su aliento dibujara un cuadro perfecto, después deslizó su dedo índice por el y escribió aquella frase de Ugo Foscolo: “La decrepitud da, posiblemente, el cielo como castigo al que desea vivir demasiado”

Ilustración de María Redón

lunes, 7 de julio de 2008

La imaginación tiene un lado amargo e incontrolable




"Sólo quien no excluya nada de su existencia, ni lo que sea enigmático y misterioso, logrará sentir honradamente sus relaciones con otro ser como algo vivo, y sólo él estará en condiciones de apurar por si mismo su propia vida." Rilke

Entramos en la cama y una sábana, como una losa, cubrió nuestros cuerpos.
Miramos las vigas de madera sin hacer otra cosa.
Él inventaba mi historia y yo observaba la suya.
A las tres de la madrugada él, exhausto, cerró sus párpados e inició su sueño.
Yo continué abrazada al silencio, mordiéndome las lágrimas.
Cuando amaneció, él miró las vigas y yo... ¿Dónde estaba yo?
Un viento fresco levantó mi soledad y volvió a posarla en el colchón.
Esperamos, pacientemente, uno al lado del otro, amándonos como siempre lo habíamos hecho, pero separados por una frontera imaginaria.

Ilustración Xavier Salomó

viernes, 4 de julio de 2008

El cielo está tan alto


Necesito un beso de Brancusi, uno de Doisneau y uno más de klimt. Necesito un colchón de besos con un trampolín. Un beso terrorista que bombardee desencuentros y desamores. Necesito un beso que me dibuje entradas, agujeros, bahías, penínsulas, ensenadas... Uno que dibuje tus hombros y tus axilas. Necesito un beso que deje huellas en las playas de mi piel, huellas que el océano coloree.

Y en vez de eso, encuentro el grito de Munch. Observo largas filas de hormigas que sobreviven dos días sumergidas en mis lágrimas. Que injustos son a veces los minutos, pienso.
Intento trazar el rumbo de este puzle y siento que todo se reduce a un punto en el horizonte. Alguien dijo que estar vivo era perseguir instantes que mueren. Y alguien más, que buscaría los siempres en los jamases. Ellos han instalado un curiosímetro y me han advertido de que el destino siempre llama tres veces.
Como en una residencia de ancianos de Düsseldorf, han instalado para mí una parada del olvido. Su función atraerme como a una víctima de alzheimer que quiere escapar. La memoria a largo plazo siempre está viva, dicen. Quieren que reconozca esa parada como el lugar que, inevitablemente, me devuelva a casa. Una casa fantasma de cimientos oseos que ellos han construido para mí y de la que yo no tengo conocimiento.

Ilustración Gustavo Aimar